Una partida de más de dos mil reclutas abandonaba la ciudad de Rotza cuando el sol estaba en su punto más alto en el cielo.
Docenas de vagones y carruajes colmados de suministros viajaban al centro del grupo, el cual lo lideraba la hoja de ébano.
Había oficiales y sargentos de la guarnición de la ciudad en esta expedición, pero eran pocos. El alcaide Emerest Juno se había encargado de ubicarlos bien para tratar de evitar motines por parte de los reclutas más inescrupulosos y poniéndoles el mando directo de aquellos hombres que simplemente a primera vista parecieran ser los más honrados...
Sylvie estaba caminando junto al doctor detrás del último vagón. Ella no era débil, el cansancio de una caminata tan corta no la agotaría y ya había perdido mucho del miedo que le daban los desconocidos. Caminaba al lado de su maestro tratando de mostrar un porte de orgullo, aunque el doctor ignorara exactamente a qué era tal orgullo.
Unos jóvenes de entre quince y dieciocho años cerca de ellos no paraban de alardear sus espadas hasta casi chocarlas entre sí. De repente, el más joven de ellos se tropieza por no fijarse en el camino y hace un corte largo en el brazo de otro muchacho.
El doctor pensó: "¿Cuánto se tardaría en preocupar al ver escurrir la sangre de sus venas?" Pero se sorprendió al notar que el chiquillo comenzó a gritar antes de que formulara la interrogante en su mente.
Esos tontos se desesperaron en pánico mientras el victimario se paralizó en medio del camino. El doctor los apartó a todos y levantó el brazo del chico para examinar el corte.
—Por suerte para los dos, no fue una herida profunda— le indicó a Sylvie que se acercara y la puso frente a la herida —Es todo tuyo.
—¡S-Sí maestro!
Sylvie abrió el maletín y se preparó para atender a su primer paciente. Su entrenamiento en medicina no superaba el tiempo de cien horas, pero el doctor era un maestro muy serio y ella era una alumna diligente.
Abrió una botella de alcohol y la vertió en la herida para limpiarla con un trapo. Sabía que causaría ardor y malestar en el paciente pero por suerte el muchacho supo quedarse quieto por su propio bien, aunque no sin gemir por lo bajo.
Tras esto, envolvió el trapo en el corte y levantó el brazo aplicando presión con sus manos.
—Cuenta hasta cien nueve veces— le indicó el doctor apartado —debería ser el tiempo suficiente para que deje de sangrar.
Algunas personas se habían reunido alrededor para mirar, además del grupo de niños también estaban unos milicianos con burla e incluso un jinete que se detuvo con seriedad.
Los soldados no dejaron de avanzar por algo tan insignificante como esto, haciendo que se quedaran un poco atrás... incluso los mirones no se quedaron tanto tiempo.
Pasados unos quince minutos, Sylvie envolvió todo el brazo en vendas. La totalidad del rollo había parado el sangrado, aunque tuvo que hacer varios nudos apretados que le causarían molestias al paciente, Sylvie había tratado la herida.
—M-Muchas gracias... amm... no tenemos como pagarle. Salvo ofrecerle protección, con nuestras espadas.
El grupo de niños desenfundó sus armas y las apuntaron arriba y al frente uniendo las puntas en alguna especie de pose de unión, la misma pose que acostumbran a hacer los actores callejeros en los parques y esquinas.
Con el mismo pensamiento, Sylvie se puso al lado del doctor mientras éste rechazaba tan absurda broma.
—Lo último que necesito sería un grupo de chiquillos tontos con espadas filosas corriendo cerca de mí. El alcaide ya se encargará de pagar cualquier servicio médico durante la expedición, no se preocupen— el doctor tomó el brazo de su aprendiza y caminaron rápidamente de ese grupo —Si un monstruo nos ataca estaría más seguro solo que con ustedes.
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Teaching Feeling: Sentimientos Apestosos
FantasyLa enfermedad de la peste negra llevaba bastantes años azotando las tierras de Europa, causando una catastrófica cantidad de muertes debido a su alta taza de mortalidad. Un Doctor de la Peste perteneciente a una orden oscura, toma una llamada de ayu...