23 | No existen las coincidencias

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Mía

— Está bien Nick, puedo sola —le regalo una sonrisa pero no emite ningún tipo de reacción.

Suelta mi brazo y se aleja de mi unos cuantos pasos.

— Iré a cancelar a la caja, los veré en el auto —dice mi madre alejándose al mostrador.

Nick está a mis espaldas, había estado serio todo el transcurso del día y casi no había dicho una palabra pero se mantuvo junto a mi desde el minuto en el que había pasado por la puerta de la habitación aunque su humor había cambiado drásticamente minutos después.

Clara se había ido, Federico la había estado llamando para preguntar por su auto que por cierto ella había robado cuando mi madre la llamo. Clara no mencionó nada de mi pequeño malestar ni de que estaba conmigo para no complicar más la situación.

Cuando las puertas cristal se abrieron y el calor de la tarde me invadió sentí alivio de poder salir de ese lugar por fin.

Al caminar hacia el auto de mi madre un hombre alto y de traje negro se interpuso en mi camino, tenía un ramo de flores en su mano izquierda y si no fuera por eso hubiera pensado que me atacaría en cualquier momento, el hombre retiró sus gafas de sol oscuras y dio un aspecto espeluznante además de hacerme sentir una hormiga al lado suyo. Parecía un guardaespaldas de esos que ves en las películas que si les respiras cerca te quiebran los huesos.

¿Señorita Condi? —me preguntó con una voz grave y cansada.

Asentí.

— Esto es para usted —me entrega el ramo y Nick como yo parecíamos más que confundidos al respecto.

Era inmenso, lleno de rosas rojas y con un papel negro que las unía sobre su base.

— Creo que te estás equivocando de persona  —le hago saber al hombre pero rechaza cuando acercó las flores hacia él.

— Tengo órdenes estrictas de mi jefe de darte este ramo, tu eres Mía Condi—saca una tarjeta de su bolsillo y me la entrega—, debo irme señorita.

Hace un pequeño saludo con la cabeza y se retira hacia un auto negro al cual se sube y sin darme tiempo de protestar se aleja por la calle.

Nick me observa con el entrecejo fruncido y las manos en sus bolsillos mientras observa las flores con desagrado.

— ¿De quién han sido? —me pregunta.

— No lo sé.

— ¡Mía! —mi madre se acerca hacia nosotros con rapidez— cariño han cancelado la totalidad de tu estadía en el hospital, de la que nos hemos librado, era muchísimo dinero.

Volteo la tarjeta de color blanco y en letra cursiva con un pequeño sello de una rosa se extiende en tinta negra:

"Lamento no haberme podido quedar, espero que nos volvamos a ver, si necesitas algo llámame, recupérate pronto".

— Aidan.

Un número en letras doradas se extendía en el borde de la tarjeta y combinaba perfectamente con el manuscrito.

Guardé el papel en mi bolsillo y me dirigí al auto de mi madre con Nick caminando detrás de mi. Cuando mi madre sube al auto aprovecho unos cuantos minutos para mantenerme a solas con Nick.

— ¿Ha sido tu amigo Aidan? —me pregunta de manera seria.

— A penas lo conozco—respondo.

— Bien —fue lo último que respondió antes de acercarse a mi y dejar un beso en la coronilla—, recupérate, iré a verte en la noche. Tengo que resolver algo antes.

Sus últimas palabras fueron más para el que para mí, me dejaron cierta intriga pero solo lo dejé marcharse.

Nicholas

Mantuve la mirada fija en el semáforo en rojo, esperaba impacientemente que cambiara de color para llegar lo más rápido posible a mi destino.

No podía sacar de mi mente ese estúpido ramo de rosas y el nombre de aquel chico que repetía en mi cabeza una y otra vez.

Quería asegurarme de que todo marchara bien y mi padre no sospechara en donde me había metido, estacioné mi auto frente al edificio y crucé las puertas impaciente por llegar.

Cuando estuve en el tope de los pisos y las puertas del ascensor se abrieron mis ojos viajaron a la respuesta instantánea de la pregunta que me estuve haciendo todo el camino.

La vista de los seis pares de ojos que conversaban en la sala viajaron directamente a mi y mi padre me saco de mi pequeño estado de shock.

— Nick, ¡que bueno que llegas! —me saludo con una amabilidad que solo surgía cuando había gente observándonos.

La familia Lepald me esperaba junto a la chimenea, John Lepald, un abogado reconocido y honrado, dueño de un porcentaje de las empresas Blanco. A su lado Jess Lepald, su esposa, con su típica sonrisa encantadora, su cabello rojo recogido en una coleta perfecta y una manera de vestir tan elegante que podría ser la primera dama sin ningún inconveniente, después estaban los mellizos, Leah y Eider, Leah era una chica encantadora, hermosa e inteligente, nada que ver con su hermano, Eider, mi mejor amigo de toda la vida, un chico desastroso y desorganizado que jamás se perdería de una fiesta y justo detrás de el Aidan, el menor, pero tan solo por un año y la respuesta de todas mis dudas y el comienzo de todos mis problemas.

— Nick, hermano —me saludó primero Eider con un abrazo—, te dije que no podías ir muy lejos sin mi, cabrón.

Sonreí a su comentario, Eider era mi mejor amigo desde que estábamos prácticamente en pañales, mi madre era la mejor amiga de Jess por lo que nos habíamos criado juntos, nos inscribían a los mismos internados, por cuestiones de "educación" , manteníamos el mismo círculo social, siempre hicimos todo juntos.

Me alegraba ver una cara conocida.

Después de Eider me saludo Leah, podía saludarla de frente sin ningún inconveniente, era alta y ahora con tacones podía igualar mi altura, me envolvió en un cálido abrazo y después le dio paso a su madre, Jess era lo más cercano a una madre que había tenido y agradecía tenerla cerca, por último se acercó John, me dio un pequeño abrazo y me comentó lo bueno que era verme otra vez.

— Nicholas —pronunció Aidan en tono de saludo.

Le devolví la cordialidad solo con un movimiento de cabeza.

Nuestro pasado era... más o menos difícil de explicar, Aidan no me agradaba en lo absoluto, era la oveja negra de la familia y eso todos lo tenían claro, era astuto, pero no se detenía hasta conseguir lo que quería, Aidan no tenía límites.

Después de repetir esa frase en mi cabeza tuve un mal presentimiento, esperaba que esté Aidan no fuera el mismo encargado de enviar las flores a Mía, porque si lo era debía hacer todo lo posible para mantenerlos alejados.

Y eso no era para nada fácil.

Más allá del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora