47 | Velas de cumpleaños

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Mía

Me acomode sobre el asiento del copiloto recostando mi cabeza sobre el cristal, Eider llevaba casi una hora al volante de regreso hacia Lerici, habíamos estado la mayor parte del día en uno de los pueblos vecinos usurpando sus playas y vistas ajenas a lo usual. Los chicos habían logrado sacarme de mi mente por un rato pero regresar a la realidad era aceptar que solo necesitaba que Nick apareciera, necesitaba un simple "estoy aquí" de su parte, nada más. No sabía nada de él desde hace dos días, la duda sobre quién era Elisabeth cada vez se incrementaba más y su ausencia solo me sentaba peor, me sentía tonta por desperdiciar un día tan importante haciéndome ideas sobre lo que podría o no estar pasando.

Cerré los ojos con fuerza intentando descansar, me acobije entre mis propios brazos y me aferré al cinturón de seguridad. No tarde nada en quedarme dormida.

Horas más tarde desperté en una posición diferente, con una comodidad diferente y en un lugar diferente. Al abrir los ojos pude apreciar las sábanas blancas que me tapaban con delicadeza, ya no estaba en el auto de Eider, estaba en una habitación. Me senté sobre el colchón observando mi alrededor mientras el sueño se iba disipando, pequeños fragmentos de mis recuerdos se van acumulando en mi cabeza, la voz de Nicholas resuena entre ellos.

— ¿¡Por que estás tan enojado!?, ¿¡por que no actúas como si esto no te importara y me dejas ya soltarte!?

— ¡Porque si me importa, Mía!, ¡porque no quiero que me sueltes!

— ¡Eres un egoísta!

— Cree lo que quieras, pero él no es para ti.

— ¡¿Y ella si es para ti?!, ¡respóndeme!

— No te vayas con él.

— No hagas esto.

El recuerdo ahora más presente me golpeó cómo una ola revolcándome entre las palabras de Nicholas.

— No me sueltes.

— Tu me soltaste primero.

Ya había estado aquí, esta habitación pertenecía a la casa de Nicholas a las afueras de Lerici, la villa que Max le había regalado. Me levanto de la cama y recorro la habitación hacia la puerta haciendo a mi piel erizar por el frío del aire acondicionado, mis pies estaban descalzos pero mantenía la misma ropa de esta tarde (mi conjunto de traje de baño junto a unos shorts blancos), tomé el pomo de la puerta recordando la última vez que había estado aquí. Junto a mi valentía decido cruzar el pasillo llegando al corredor principal de la casa, las luces estaban tenues casi apagadas y la ambientación amarilla del atardecer entrando por los grandes cristales me daba escalofríos, al llegar a la escalera lleve las dos manos al rostro, no entendía para nada lo que estaba pasando pero era tan hermoso que no podía parar a pensar en entenderlo.

La escalera estaba rodeada por cientos de pétalos de flores de diferentes colores y enredaderas que se hacían una con los pasamanos, las flores dejaban un espacio en medio limpio y ordenado para poder bajar por ellas. Comienzo a bajar las escaleras con los nervios a flor de piel, esto parecía un sueño y me pellizqué el interior del antebrazo para saber si realmente estaba despierta pero la punzada de dolor se expandió en su lugar comprobándome que si lo estaba.

Cuando llego al final de las escaleras las luces de la planta baja se mantenían apagadas a excepción de la entrada de luz de la puerta corrediza hacia el patio, camino a paso lento, la piscina esta iluminada con velas que daban la impresión de estar flotando y en el patio el camino de flores se extendía hacia una pequeña puerta de madera decorada con azulejos a su alrededor.
Abro la puerta empujando con mi mano y se desliza fácilmente, un pequeño camino de madera se abría paso sobre la arena invitándome a caminar por el hasta ver en la distancia a aquello a lo que me acercaba, la playa se mantenía en calma haciendo un contraste perfecto con el atardecer que se teñía de un anaranjado intenso. Camino hasta el borde, hay unas cuantas mantas y unos almohadones esparcidos, al rededor las flores conforman un pequeño corazón, hay velas enterradas en la arena (algunas ya apagadas por la brisa de la tarde, casi noche), me detengo frente a esa vista, una que no quiero olvidar jamás.

Siento unos brazos recorrer mi cintura y un escalofrío recorre mi columna, su aliento sobre mi nuca me hace estremecer y tengo que apretar mis muslos para mantener el control.

— Feliz cumpleaños rubia —la voz de Nick apagó todo pensamiento que pude haber tenido mientras sus labios se depositaron sobre la piel de mi cuello.

Por alguna razón me invadieron la ganas de llorar, su falta estos dos días, que no diera señales de estar bien y su ausencia me habían afectado más que lo que quisiera admitir. Decidí disfrutar del momento solo unos minutos más, una melodía comenzó a sonar, baja y continua, no la conocía, pero de pronto se había vuelto mi canción favorita. Nicholas interrumpió mi pequeña burbuja regresándome a la realidad.

— Lamentó no decirte donde estuve, no hubiera podido mentir y me había esforzado por que fuera sorpresa —inhalo el olor de mi cuello haciéndome temblar—. Te extrañe.

— ¿Quién es Elisabeth? —levante mis ojos en dirección a los suyos alejando unos centímetros nuestros cuerpos.

La confusión en su rostro se expandió de una manera casi inesperada.

— ¿La conoces? —preguntó con total comodidad.

— Tu secretaria dijo que te fuiste con ella, te escuche cuando hablabas en casa de Max y... pensé que...

— Elisabeth es la que me ha ayudado a conseguir todo esto —me interrumpió tomando mi rostro en sus manos—, todas estas flores, necesitaba encargos de cientos de ellas.

— ¿Entonces no hay nada que deba saber?

— Prometo que solo he estado preparando todo esto para ti.

Su sonrisa se volvió mi calma. Volví a darme la vuelta, quería ver el espectáculo que el cielo nos regalaba mientras se convertía en la noche.

— Tengo algo para ti —me susurro cerca de la oreja.

— ¿Qué es? —no quise apartar mis ojos de la puesta, se sentía tan perfecto.

Nick rodeó mi cintura con su brazo pegándome hacia su torso, instintivamente solté un suspiro involuntario y sentí una pequeña gota de sudor resbalarse por mi espalda. Su mano apareció frente a mi rostro con una pequeña caja blanca, la tomé  en mis manos y me deshice del lazo color azul marino que la cubría elegantemente, abrí la parte superior encontrándome con una cadena de oro, la saqué poco a poco haciendo caer un pequeño sol a juego con la cadena.

Era hermoso, tal y cómo el que teníamos en frente, brillante y encantador. Tomó el collar en sus manos apartando mi cabello, al instante sentí la falta de su tacto sobre la piel desnuda de mi abdomen, pero fue reemplazado por una ola de felicidad cuando enganchó el broche del collar haciendo que reposara en mi cuello.

Me dio la vuelta despacio y volvió a acercarme a él, esta vez con la intención de unir nuestros labios que no tardaron en mezclarse y saciar cada necesidad que se había instalado desde hace más de cuarenta y ocho horas.

— Lo compré para ti cuando me enseñaste la ciudad —dijo en voz baja.

— ¿Por qué?

Mi duda se incrementó al instante, ¿porque compraría algo así para mi?, para alguien que casi no conocía.

— Por que no quería olvidar ese día, quería asegurarme de que había pasado, de que habíamos pasado —se corrigió. Tomó un respiro y acercó su mano a mi pecho—. Porque al verlo no pude evitar pensar en lo perfecto que luciría en ti.

No pude calmar mi impulso de enviar mi cuerpo hacia el hundiéndome en su boca, por primera vez no se trataba de un beso dulce, era más que eso, lo necesitaba, lo necesitaba ahora mismo y él lo sabía.

Esta noche no había espacio para nada más, tan solo éramos el y yo, cómo siempre lo fue y cómo siempre lo será.

Más allá del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora