15 | Ramé

23 4 2
                                    

Mía

Respiro profundo cuando siento sus manos recorrer mis piernas, se toma el tiempo de rozar su nariz entre el espacio profundo que se juntaba desde mi cuello hasta mis hombros.

— Tranquila —me susurró.

Nicholas llevaba el control, me sostenía sobre la mesa quitando todo a nuestro al rededor, sus manos recorriendo mi cuerpo se detienen bajo mi blusa, los pequeños besos que me proporcionaban escalofríos ahora se expandían por mi pecho, se aleja un poco y mirándome a los ojos levanta mi camisa haciendo que salga por sobre mi cabeza.

Nuestras respiraciones se mantenían agitadas y sus ojos repasaron mi cuerpo repetidas veces en menos de un segundo.

— Mierda, Mía.

Me recuesta sobre el mármol frío de la mesa, sus besos descienden sobre mi abdomen y cuando siento que la ola de emociones se extiende por todo mi cuerpo cierro los ojos con fuerza y enredo mis manos en su cabello.

— ¡Mía!

Abro los ojos de golpe y paso la mano sobre ellos ya que la luz me impide abrirlos completamente, mis manos dolían, cuando soy capaz de abrir los ojos por completo me doy cuenta de que no me encuentro en mi cama, ni mi habitación, de hecho, las sabanas se encontraban revueltas y Nick me observaba con una cara de preocupación.

— ¿Qué ocurre?, ¿estás bien?

Su voz penetra mi cerebro.

Perfecto Mía, mala elección de palabras.

— Si, creo, no lo sé.

— Has estado diciendo mi nombre, no te despertabas, pensé que algo te pasaba pero estabas dormida.

— No... yo-quizá, ¿qué estoy haciendo aquí?

— ¿En mi cama o...?

— Nicholas, eres un idiota.

Suelta una pequeña carcajada que solo sólo hace lucir más atractivo de lo normal y toca mi frente.

— Ya no tienes fiebre pero sigues muy colorada.

— ¿Eh?

— Ayer te has pasado de copas rubia, creo que alguien te ha puesto algo en tu bebida pero nos hemos ido a penas me he dado cuenta de que algo iba mal.

Proceso toda la información e intento recordar pero solo son pequeños destellos de anoche.

— No recuerdo nada.

— No ha pasado nada de lo que debas preocuparte.

— ¿Que ha pasado con mi ropa?

— La vomitaste.

— Que vergüenza —paso mis manos por mi rostro y pasó la sábana por mi cabeza.

— Hey, no tienes porque avergonzarte, siempre estaré para salvarte —quita la sábana de mi cabeza y me regala una sonrisa.

— Gracias.

— ¿Te quedarás a desayunar?

— ¿Que dirá Max?

Más allá del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora