Capítulo XVIII

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Algunos gritos resonaron en la multitud, hasta el punto en que minimizaron el sonido del impacto del auto golpeándote. En cuestión de un instante, lograste estrechar al niño contra ti, tratando de cubrir cualquier punto débil y expuesto de cualquier golpe que arriesgara su vida. Todos escucharon el chirrido particular de la resistencia de los neumáticos contra el asfalto, el olor característico del sintético quemado por la fricción; fue lo último que escuchaste hasta que el parachoques golpeó directamente contra un lado de tu cuerpo, el cuál estaba agachado e hizo que ambos fueran apartados unos metros más adelante.

Si algo debían agradecer tú y el niño qie llevabas protegido entre los brazos, era que el auto no iba tan rápido como para arrollarlos sin impedimento alguno; en su lugar el vehículo se encontraba inmóvil frente al cuerpo de ambos. El niño empezó a llorar, probablemente porque su cuerpo apenas estaba reaccionando al miedo que había sentido y al alivio actual de sentirse a salvo, sus manos halaban con ansiedad en tu ropa, buscando alivio en la persona que le había mantenido a salvo.

A pesar de que tus sentidos no estaban del todo funcionales, tus brazos se habían mantenido alrededor de él, sin una pozca de debilidad, tensos y prestos a cumplir su objetivo incluso aunque estés a punto de perder el conocimiento. Una sensación abrumadora se adueñó de tus sentidos, no podías razonar con claridad, y tus oídos retumbaban en la cavidad de tu cráneo. Pareció eterno, pero en realidad fue cuestión de segundos hasta que algunas de las personas que habían presenciado lo sucedido se acercaron a retirar al infante de entre tus manos, mientras te sujetaban delicadamente.

"Ya puedes soltarlo, él está a salvo" escuchaste, mientras la misma persona masajeaba suavemente tus brazos, en busca de que se relajaran para poder retirar al menor. No emitiste ningún sonido, pero tus articulaciones endurecidas obedecieron lo mejor posible.

–Pase lo que pase, no te duermas ¿Está bien? La ayuda ya viene en camino. – indicó una mujer.

"No me moleste, me muero de sueño."

Mientras tus ojos luchaban por mantenerse abiertos, lograste escuchar como el pequeño comenzó a llamar a su mamá, todavía llorando por el susto.

–¿Quieres que llamemos a alguien? – preguntó mientras te mantenía alerta con algunas palmaditas suaves en el rostro.

–Mamá... papá...

Una persona ajena a tus progenitores también nubló tus pensamientos de forma invasiva, no estabas lo suficientemente cuerda para identificar de quién se trataba.

¡Zindagi!

"Ah, eres tú."

Tus párpados ya se habían cerrado por completo, pero la sensación reconfortante de otros brazos llegaron hasta tus entrañas, su aliento cálido devolvía calor a tu rostro pálido y herido. Abriste tus ojos con esfuerzo sobrehumano, un rostro claramente rpeocupado entró en escema y acaparó tu poca visión e hizo lo mismo con tus más profundas emociones.

–Pavitr... – tu voz agotada llegó hasta sus oídos.

–Todo va a estar bien, estarás a salvo pronto.

–...Te creo.

Tu corazón encontró un ritmo eficaz, con el pulso anestesiado por su presencia, los efectos del golpe parecían disminuir con el paso de los minutos hasta que te permitieron caer en un sueño profundo, aunque eso involucrara el miedo de tu contraparte.

"Solo necesito dormir."

Pudieron pasar minutos, u horas; mientras los pensamientos y sentidos ya se encontraban activos, muy contrariamente tus ojos permanecían cerrados, probablemente producto del cansancio físico que involucraba tu recuperación. Las suaves sábanas de la camilla, la tela ligera que cubría tu cuerpo, el sonido metálico que hacía el parante que sostenía el suero, la picazón ardiente que atravesaba tu mano con la intravenosa. Sin embargo, había una sensación la cuál no esperabas sentir en ese momento, al mismo tiempo era reconfortante y familiar.

After DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora