Capítulo XXVIII

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–¡No lo toques!

Emitiste un quejido desgarrador, el dolor no menguaba aunque ya te dejaran de tocar las heridas.

–Esos niños desgraciados se propasaron esta vez. – renegó tu madre con frustración, mientras pasaba un paño frío por tu rostro.

–Hablo en serio mamá, me duele mucho, por favor ya no me limpies.

Su mirada de rabia parecía rendirse rápidamente para convertirse en una de preocupación cada vez que te miraba. Hizo caso omiso a tus súplicas, y con fuerza firme pero cariñosa tomó tu brazo para poder continuar desinfectando las heridas.

–¿Tenía que ser justo dos días antes de tu graduación?

–Estaré bien, no hay nada que dos kilos de maquillaje no arreglen.

–Sí...– rozó ligeramente tu mejilla hinchada, haciendo que te retorcieras por el dolor. –sobretodo porque arregla el dolor.

Suspiraste fuertemente, con resignación cargada en una sonrisa. Ella se levantó, recogiendo las toallas y el razón con agua que había traído a tu habitación.

–Estoy segura que el dolor solo se puede curar de una manera. –dijo esta oración en forma de despedida, mientras cruzaba la puerta para salir de la habitación.

No pudiste meditarlo profundamente, porque un sonido proveniente de afuera desconcertó tus sentidos. Casi por inercia, tus pasos ágiles salieron hacia el aire frío de la alcoba; no había mucho que ver a excepción del sol entristecido por la llegada de la hora vespertina. Tu corazón casi se detiene al ver la espalda de la persona que te entregaba sueños, pero que también era capaz de quitártelos.

–¿Qué haces aquí? – trataste de disimular tu sorpresa, aunque él no podía observarte.

–Tu madre me contó lo que ocurrió. Y de la paliza que claramente no les diste, de lo contrario estoy seguro que estarían en un hospital.

Él observaba el suelo que estaba a metros de distancia de sus pies, que colgaban mientras se mantenía sentado en el barandal, dándote la espalda. No llevaba ningún traje, ningún disfraz, era solo él.

–Estoy bien, casi no me duele, gracias por preocuparte.

Realmente los golpes eran más graves que antes, porque ignorando que no les devolviste los golpes, se ofuscaron de más cuando no te quejaste ni una sola vez en las que fuiste capaz de levantarte y hacerles frente. A pesar de lo orgullosa que estabas por el hecho de haberlos irritado hasta ese punto, no hubo ninguna respuesta en aquel incómodo silencio; estabas dispuesta a alejarte de ahí, aunque era extraño retirarte, considerando que era tu habitación.

–Yo... –su mano temblaba alrededor de tu muñeca, sin control.

De alguna forma había llegado rápidamente hasta donde tú estabas, seguía sin levantar la vista, era muy obvio que estaba tratando de ocultar su culpa, o su vergüenza quizá.

–Yo todavía te quiero, sé que no es un error. Incluso si lo fuera, jamás me arrepentiré de quererte.

–Ese no es el problema, Pavitr. –principalmente porque no era "un" problema, eran demasiados y al mismo tiempo.

–Puedo arreglarlo, cualquier cosa que te haya hecho daño, puedo enmendarlo.

–No puedes, tú no. La única persona que puede hacerlo soy yo. No pienso depender de nadie más jamás.

Por primera vez, en mucho tiempo, su mirada se cruzó con la tuya; y sentiste que podías observar su alma, tal vez era la mirada a su interior más sincera que habías visto hasta ahora. Probablemente era la más honesta que recibiste de su parte hasta el día de hoy.

After DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora