XIII.

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A la mañana siguiente desperté con pocas ganas de levantarme. Sabía que mis ojos estaban hinchados por el llanto que no pude contener, no quería ver a mis padres luciendo mal, me cuestionarían y seguía sin el ánimo para siquiera mentirles.

Tomé una ducha y me preparé un café. No tenía estomago para algo más. Me sentía peor que el día anterior.

Veía el mar desde la terraza acompañada de mi café. El viento era tranquilo y el sol de a poco subía.

Pocas personas transitaban la playa y agradecía que las que lo hacían ni siquiera me notaran o si lo hacían, no me molestaban.

Miré al interior del dormitorio y sobre la mesa de noche vi mi teléfono. Dudaba en encenderlo, pero tal vez mis padres intentarían comunicarse conmigo y no quería preocuparlos.

Al encender el aparto, las notificaciones entraron de golpe. En efecto tenía un mensaje de mi madre invitándome a desayunar. Ignoré todos los mensajes y llamadas perdidas para marcar el número de mi mamá. Entonces escuché que llamaban a la puerta. Sin separar el teléfono de la oreja, caminé hasta abrir y ver a Heidi del otro lado.

—Lo lamento, ¿interrumpo? —me preguntó en voz baja.

—No, mi mamá no responde —interrumpí la llamada.

—Solo quería ver si te gustaría acompañarme al mercado y después desayunar algo conmigo —la llamada entrante de mi madre no me permitió responder.

—Buenos días, mamá. Si, estoy bien. ¿Les importaría que los vea mas tarde? Iré con Heidi a hacer unas compras y después desayunaré con ella —la sonrisa de Heidi se hizo más grande al escucharme.

—Solo me pondré mis zapatos y salgo —Heidi asintió y me esperó en la puerta.

—¿Recuerdas el auto viejo de mi padre? —me preguntó mientras cerraba la puerta.

Pensé por un momento —Creo que sí, ¿el azul descapotable que parecía de safari?

—Ese mismo —lo vi sobre el asfalto y ya no se veía viejo ni oxidado —Por fin lo arreglé —sonrió orgullosa.

—Vaya, si que luce mejor que antes —me abrió la puerta del copiloto y luego subió ella.

—El mecánico dijo que para ser del '75 tenía una maquina bien conservada. Paithoon arregló la hojalatería y lo pintó, es muy bueno en su trabajo.

—¿Paithoon? ¿El hijo de la señora Dao? —Heidi asintió.

—Si, él regresó de Bangkok desde que su mamá enfermó hace dos años. Aún la cuida así que abrió un taller para poder hacerse cargo de los gastos —el húmedo calor despeinaba mi cabello aun con la moderada velocidad a la que Heidi conducía.

—Me alegra que la señora Dao tenga a alguien que la cuide, siempre fueron solo ellos dos —Heidi asintió.

Poco después llegamos al mercado. Ya no reconocía todos los rostros del lugar, pero muchos eran descendientes de las personas que solían aquellos puestos. Me encontré con algunos conocidos de la infancia que incluso ya tenían hijos. Mis padres vivían apartados de las zonas más habitadas de la provincia de Chumphon y seguía siendo todo tan pequeño.

—Hola, Freen. Regresaste de la capital. Que hermosa estás, te ves como tu madre cuando tenía tu edad —una vieja amiga de mi mamá me saludó cuando nos detuvimos a comparar vegetales.

—Muchas gracias. ¿Qué tal su hija? —la señora sonrió.

—Se casó hace unos meses, está viviendo en Japón —pude ver el orgullo de la mujer.

Entre el amor y la soledad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora