XII.

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Había conducido por al menos seis horas hasta que llegué a aquel lugar en el que crecí.

Me estacioné afuera de la casa de mis padres. Intenté no llorar al menos la mitad del camino para que mis ojos no se hincharan y no se preocuparan por mí. No quería responder preguntas porque no sabría que decirles.

—¿Hola? —pregunté al entrar y no ver a nadie.

—¿Freen? —escuché la dulce voz de mi abuela quien salió de la cocina. Mi abuela ya no podía caminar mucho, pero sentí como si hubiese corrido a mi a pesar de llevar su bastón.

—¡Hola, abue! —la abracé fuerte, aunque intentando no lastimarla.

—Querida, que sorpresa. No sabía que ibas a venir —tomó mis mejillas entre sus manos y me sonrió. La calidez de su toque me estaba provocando el llanto que había intentado reprimir.

—Lamento venir sin avisar. Voy a estar por aquí unos días —la mujer que no dejaba de sonreírme asintió.

—No tienes que disculparte, pero si hubiéramos querido que nos avisaras con un poco de tiempo, tu papá ocupa tu habitación como bodega —negó con picardía y dio un paso atrás.

—Está bien abue, mi papá me lo comentó hace unos meses. De todas formas, buscaré donde hospedarme así que no tienen que preocuparse.

—Bien, pero antes habla con tu papá, está en la tienda. Tu mamá salió a llevarle un poco de comida a la señora Thong, ahora que vuelva nos sentaremos a comer.

—Está bien, buscaré a papá.

Caminé hacia el fondo de la cocina y atravesé el jardín para después entrar a la tienda. Pasé un montón de cajas y entonces vi a mi padre acomodar algunas latas sobre los estantes.

—Hola, papá —miró hacia todos lados antes de verme a su lado.

—¡Freen! —me abrazó mas fuerte de lo que mi abuela lo hizo —Que bueno verte, hija —me besó la mejilla y volvió a abrazarme —¿Estás de vacaciones? Porque no habías venido poniendo el trabajo como excusa —apreté los labios y fingí una sonrisa.

—Si papá, me voy a tomar unos días de descanso —en realidad no sabía que iba a hacer. Seguramente perdería mi empleo por abandonar un proyecto tan importante —Es bueno volver de vez en cuando —el estomago me daba vueltas y mi pecho se comprimía de ratos.

—Po —escuché a mamá llamando a mi padre por su nombre y se sorprendió cuando llegó hasta nosotros y me vio —¡Cielo, estás en casa! —la efusividad con la que me recibían me hacía sentir culpable de no visitarlos tan seguido.

—Hola, ma —mi madre me inspeccionaba y me di cuenta de que aun llevaba aquel vestido que elegí especialmente para ella, para Becky.

—Te ves tan hermosa y elegante —el gesto de mi madre me provocó una sincera sonrisa, aunque tenía un nudo en la garganta.

—¿Esta es tu ropa para trabajar? —mi padre no se había dado cuenta de lo que estaba vistiendo y arrugó el ceño —Me parece que es demasiado llamativo.

—Po, déjala, ella es toda una profesionista en la capital, allá se visten muy bien —mi mamá volvió a sonreírme —Cada día estas mas guapa, hija —besó mi mejilla.

—Gracias, mami —no pude evitar sentirme como una pequeña entre mis padres.

—Hola —se escuchó una voz femenina entrando al lugar.

—Iré a atender —mi padre murmuró y se dirigió al mostrador —Oh, Heidi, querida —sin apresurarme salí de entre los estantes para verla.

—Heidi —dije con alegría.

Entre el amor y la soledad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora