"Cuando al fin te vi de nuevo, mi corazón latió con la misma fuerza que el día en que nos despedimos"
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—No esperaba para nada esto— expresó, caminando tranquilamente a su lado, disfrutando de los hermosos jardines que no había visto desde hacía mucho tiempo. Cuyos colores vibrantes y llenos de vida brillaban bajo la cálida luz del sol —pero sin duda, es una sorpresa muy grata volver a verte— aseguró, desviando su mirada con un toque de nostalgia en su rostro.
Tras aquel inesperado encuentro, optaron por dar un paseo por los alrededores y ponerse al día de todo lo acontecido durante su separación. No obstante, las palabras parecían resistirse a emerger y una opresiva atmósfera de silencio envolvía a ambos.
—Lo mismo digo— respondió ella, con su atención fija en el suelo y sin saber qué más decir al respecto — ¿Cómo... van las cosas en el inframundo?— se cruzó de brazos y lo miró a los ojos, esperando una respuesta.
—Es una gran responsabilidad, pero he aprendido a manejarlo con éxito— explicó él, esbozando una ligera sonrisa —aunque es cierto que de vez en cuando surgen ciertas complicaciones, pero ya estoy acostumbrado a lidiar con ellas—añadió.
—Nada que el rey no pueda manejar — bromeó Helia, y por un instante la tensión en el ambiente se disipó, dando paso a las risas.
En aquel momento, parecía como si los dos hubieran sido transportados en el tiempo, regresando a aquellos días en los que eran tan solo unos niños y los buenos tiempos siempre estaban presentes.
Fue una sensación maravillosa reír de nuevo juntos, olvidándose por un instante de los años de amistad perdida en el transcurso del tiempo.
—¿Y qué hay de tí?— las risas se detuvieron cuando Hades habló —¿Supongo que tienes algo interesante que contar?—
Helia negó con la cabeza, su cabello dorado recogido en una alta coleta se balanceaba al compás de sus movimientos.
—Mi rutina ha sido la misma todo este tiempo, ayudar a mis hermanas con el ganado de mi padre— se encogió de hombros mientras detenía sus pasos y quedaba frente a frente con el dios del inframundo.
A través del velo del tiempo, Hades permanecía inmutable. Su semblante, una imagen fiel de aquellos recuerdos que se desvanecían con el transcurrir de los años. El cabello plateado de longitud media, que parecía brillar con una luz propia, enmarcaba su rostro con una elegancia casi divina. Aquel parche en su ojo derecho, que confería un aire misterioso a su persona, aún permanecía allí, imperturbable. Y su forma de ser, tan calmada y desenfadada como siempre, era como un bálsamo para el alma de quien lo observaba.
