━━𝐏𝐑𝐎𝐌𝐈𝐒𝐄 《Hades》

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—Permíteme ser franco contigo, Hades. Creo que deberías considerar seriamente la idea de unirte en matrimonio con Perséfone— afirmó Zeus, dando un sorbo a su té —diría que son la pareja perfecta— añadió entre risas.

El rey del inframundo suspiró por décima vez en el día, anhelando que esa conversación llegara a su fin. Había decidido pasar la noche con su hermano para poder visitar a Poseidón al día siguiente, pero Zeus había tenido la brillante idea de  acompañarlos.

Desde el momento en que Zeus le presentó a la hija de Deméter, Hades supo que esa conversación llegaría tarde o temprano. Sin embargo, prefirió guardar silencio y no precipitarse. Sabía que el matrimonio no era algo que se debía tomar a la ligera, y que su corazón debía estár seguro antes de tomar una decisión tan trascendental.

Con una mirada seria, contempló su propio reflejo en la taza humeante, mientras las palabras de Zeus resonaban en su mente.

—Perséfone es una mujer verdaderamente encantadora, de eso no tengo la menor duda— expresó  con solemnidad, sin embargo, su siguiente afirmación dejó a Zeus sin palabras —pero, debo ser sincero contigo, querido hermano: me niego rotundamente a convertirla en mi esposa—

Zeus abrió la boca para protestar, pero Hades no le dió oportunidad de intervenir.

—¿Qué esperas que haga? ¿Qué la tome de la pierna y la arrastre conmigo al inframundo? Eso sería absurdo. La diosa de la primavera se quedará aquí—

Con esas palabras, Hades dejó en claro su decisión y Zeus no pudo más que asentir en silencio, respetando la voluntad de su hermano.

Mientras tanto, Poseidón, absorto en sus propios pensamientos, divagaba al mismo tiempo que miraba distraídamente por la ventana. Fue entonces cuando su atención se centró en Helia, quien arrastraba una pesada bolsa de alimento para los pegasos. En ese momento, recordó haberle pedido Proteus que trajera comida de la isla Trinacia, pues sabía que esta era la mejor opción para sus corceles alados.

Pero no esperaba que esa mujer lo hiciera personalmente.

—Entiendo perfectamente tu posición, Hades, pero ¿alguna vez has considerado la idea de casarte? Después de todo, has pasado siglos en soledad— insistió Zeus en su argumento.

—Si con casarme te refieres a encontrar una compañera para aliviar mi estrés, puedo asegurarte que puedo soportarlo sin problema alguno. En realidad, la soledad no es un peso para mí— se encogió de hombros, indiferente —si me disculpan, necesito tomar algo de aire— y sin más que decir, se marchó de allí.

Con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta, Hades abandonó el majestuoso palacio de Poseidón, sumido en un abismo de pensamientos. Su mirada, extraviada en el suelo, parecía buscar respuestas que se negaban a revelarse. El dolor de cabeza que lo acosaba amenazaba con inmovilizarlo, como si quisiera impedirle seguir adelante.

Las charlas del matrimonio, lejos de alegrarlo, solían agobiarlo, en especial porque Zeus era en lo único que podía pensar siempre que se lo encontraba.

Una súbita punzada en su cabeza lo obligó a detenerse y tomar asiento en una banca cercana, donde se dedicó a frotar su rostro para despertar los sentidos. Había pasado una noche poco reparadora y la charla que esperaba resultara relajante, no lo había sido del todo para él.

—¿Hades?— la voz de Helia lo sorprendió inmensamente, sacándolo de su ensimismamiento.

Al levantar la mirada, sus ojos se encontraron con los de la rubia, cuya angustia se reflejaba en su rostro, adornado con algunos restos de paja que se entrelazaban en su cabello dorado. A pesar de su aspecto algo desarreglado, resultaba adorable de todas formas, como una rosa silvestre en medio de un campo de hierba alta.