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POV FREEN

Tan solo había unas pocas mujeres en la ciudad que tuvieran lo que hacía falta para trabajar en Wall Street, un grupo selecto que comprendía el valor del tiempo y la lealtad tan bien como yo. Había creado mi empresa desde los cimientos armada tan solo con el deseo de despedida de mi padre —«No dejes que esa ciudad te coma viva»— y un traje negro desgastado que me quedaba dos tallas más grande.

Comencé como la chica de los cafés, la suplente indeseada en la nómina inflada de una megacorporación. Ya que nadie quería darme un empleo real, hacía preguntas siempre que podía. Me quedaba hasta tarde y escuchaba las reuniones a escondidas con la excusa de hacer trabajos para la universidad. Y cuando ninguno de los altos ejecutivos quería quedarse hasta tarde para repasar las
cuentas del día, yo me ofrecía voluntaria.

Y años después, creé mi propio fondo de inversiones e invertí en las acciones que ellos tenían demasiado miedo de tocar. Terminé convirtiéndome en una de las empresarias más respetadas de Wall Street. Si había una empresa que suscitara mi interés, la compraba. Si había acciones en las que quería invertir, para la hora de la cena ya las había adquirido. Y si había un trato que quisiera cerrar, era mío en tan solo unos segundos.

O al menos pensaba que ese era el caso hasta esa misma mañana.

—¿Qué quieres decir con que Watson ya no está seguro de querer que yo le compre la empresa? —Miré a mi asesor, Brenton, totalmente perpleja—. Fue él quien la puso en maldita venta. Quién se la compre da absolutamente igual. —Ya te he dicho una y otra vez que quiere que la nueva propietaria sea una mujer de familia. Tú no eres una mujer de familia.
—Sí que tengo una familia.
—Una familia propia. —Suspiró—. No una a la que llames en semanas alternas cuando se te ocurre recordar que existen. Ah, y a buen seguro tampoco quieren a alguien que ha sido soltera del año en Page Six durante ocho años consecutivos.
—Diez años consecutivos, pero nadie lleva la cuenta. —Sonreí—. Aunque si eso hará que Watson se sienta mejor en cuanto a mi vida personal y a cómo gestionaré su fondo en el futuro, puedo llamarlo y admitir sinceramente que no he follado con nadie en más de ocho meses.

Me lanzó una mirada inexpresiva.

—Estás bromeando, ¿verdad? —Por desgracia, no.

Llevo un poco más de ocho meses…

—Incluso aunque te creyera, que no es el caso, el hecho de que elijas no follar con nadie no te convierte en una mujer de familia. Solo significa que no te estás comportando como eres en realidad. Con «mujer de familia» se refiere a alguien que sabe que no todo es trabajo. Alguien que sepa apreciar los momentos de la vida fuera de la sala de juntas.
—Soy fantástica en eso —le contesté—. Tú mismo lo has dicho. Mi empresa paga los sueldos más altos en todos los niveles para que los empleados puedan disfrutar de su vida fuera de la sala de juntas.
—Bueno… —Se irguió en la silla—. Cuando tu segundo director financiero se casó, ¿qué le regalaste para su boda? —Una prima generosa y un vino vintage.
—Ajá. ¿Y qué es lo que escribiste exactamente en la etiqueta de ese vino?.

Suspiré.

—«Me decepciona que te hayas casado; nunca pensé que fueras de esos».
—¿Y qué más?

No respondí. No quería recordarlo.

—Escribiste: «Estoy segura de que te divorciarás en dos años, así que mejor que la dejes y viajes a Florida a ayudarme con el acuerdo de Tampa». Pero, claro, al menos tuviste la amabilidad de escribir: «P. D.: Espero que hayas firmado un contrato prematrimonial antes de la boda. Te veré en el trabajo cuando regreses. Con cariño, Freen». Creo que fueron esas tres últimas palabras las que le hicieron renunciar.
—Eso fue hace dos años —le dije—. Ya no envío ese tipo de notas.
—Porque Rebecca las escribe por ti. —Puso los ojos en blanco—. Fuera de la empresa no tienes ninguna relación de verdad, y eso es precisamente lo que Watson quiere que su sucesora tenga. Cree que hará que la propietaria sea más comprensiva con respecto a ciertas cosas. ¿No estás de acuerdo?.

Novia por treinta días Freenbecky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora