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FREEN

DÍA DIECISIETE

—Adiós, Luna. Te echaré de menos —lloró Samantha cuando mi madre detuvo el coche delante del
aeropuerto.
—¿«Adiós, Luna»? —Le sonreí desde el asiento delantero—. ¿Y a mí qué?
—Tú no eres Luna. —Se limpió los ojos, y yo me aguanté la risa.

Salí del coche y abrí la puerta trasera de Rebecca.

—Creo que tienes que darle unos minutos a Samantha para que pueda llorar su pérdida.

Ella se rio.

—Se los daré. Siempre podemos volver si tú… —No terminó la frase—. Me he olvidado de que eran solo
treinta días. De todas formas, creo que podría cuidar mejor de un gatito que de un pony, así que quizá puedas regalarle uno para su próximo cumpleaños.
—Podemos volver, Rebecca. —La besé en la frente y abrí el maletero.

Empecé a descargar el equipaje, pero Nathan apareció e insistió en hacerlo él mismo. Miró a mi madre cuando abrazó a Rebecca para despedirse. Después sonrió al ver a las dos tratar de rescatar a Luna de las manos de Samantha.

—Me gustaría disculparme contigo —me dijo Nathan—. Bueno, más bien me gustaría hacerlo antes que nada.
—¿Por qué? —Alcé una ceja y esperé recibir una dosis de sarcasmo. —No sabía que estabas haciendo todas esas cosas por mí a escondidas, así que siento haber pensado lo
peor. —Hizo una pausa—. Sinceramente, pensaba que tu compromiso con Rebecca era solo una burda estratagema que había urdido Brenton, y también lo siento por eso. Pero si la manera en que me habló quiere decir algo, es que las dos están hechas la una para la otra. —Sonrió—. Estoy deseando ir la boda, si me invitas.
—Claro que te invitaré.

Dudé de si debía contarle la verdad o no. Pero, claro, en los últimos días mi compromiso con Rebecca no había parecido en absoluto fingido ni forzado. Para ser sincera, no estaba segura de querer que terminara.

—Es mejor que te marches ahora que sigue estable, Freen —bromeó mi madre señalando a Samantha —. Ya nos costó demasiado que accediera a dejar marchar a tú sabes quién.

Le di un abrazo a mi hermano y prometí hacer más visitas durante los meses siguientes. Después me acerqué a mi madre, le di un beso en la mejilla y le prometí lo mismo.

Cogí a Rebecca de la mano y, a diferencia de la última vez que habíamos estado en el aeropuerto, no discutimos ni nos separamos la una de la otra.

Dos horas más tarde, cuando nuestro avión estaba despegando, me acerqué a ella y le quité el auricular
del oído izquierdo.

—¿Sí? —Me miró y sonrió—. ¿Vas a sugerir otra modificación al contrato?
—No.

Acerqué su cara a la mía y la besé en los labios. No la solté hasta que se quedó completamente sin aliento.

—Para. —Se separó de mí y meneó la cabeza—. Para ya.
—¿Pasa algo?
—Sí. —Parecía confusa—. No me beses así.
—Así, ¿cómo?
—Como si esto fuera real.

La acerqué hacia mí y la besé de nuevo.

—Lo es.

Novia por treinta días Freenbecky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora