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BECKY

DÍA DIEZ

Tenía los labios todavía hinchados de los besos que me había dado Freen en el barco el día anterior.

Estaba deseando que se rindiera al fin antes mis paseos no tan sutiles al baño en mitad de la noche, pero lo único que había hecho había sido darme un azote juguetón en el culo cuando volvía a la cama. Y reírse.

Esa noche, por desgracia, comenzaba «lo bueno». En ese momento estábamos sentados frente a su madre, su hermano y Brenton mientras nuestro invitado de honor el señor Watson contaba la historia más aburrida que había escuchado jamás.

Había llegado a Blue Harbor el día anterior y al instante había tomado el control del viaje. Se llevó a Freen a jugar al golf por la mañana

—«Se puede decir mucho de una empresaria por la forma en que juega al golf»—

Nos invitó a Liz y a mí a un almuerzo privado

—«Quiero hablar con las dos mujeres que conocen a la mujer que hay detrás de los negocios»—

E insistió en recorrer Blue Harbor en barco porque solo quería «saber si Freen era una verdadera marinera», cosa que sí era.

—Así que entonces me volví hacia mi director financiero y le dije: «¡Yo no opino igual!». —El señor Watson se pasó una mano por su canoso pelo—. «¡Es mi día con mi familia!».

Brenton dejó escapar una carcajada forzada y el resto de nosotros nos limitamos a mirarlo, dudando de si aquello era ya el fin de su historia interminable o el desafortunado prólogo para otra.

—Disculpadme—dijo, levantándose de la silla—. ¿Hay algún lugar en el que pueda fumarme mi puro antes del postre?
—Yo también voy. —Brenton se levantó.
— Le enseñaré el embarcadero —dijo Liz mientras levantaba a Samantha de su silla. Pasó junto a mí y bajó la voz—. ¿Te importa que se quede Luna con Samantha esta noche? Me ha dicho que te lo preguntara.
—Claro que no. —Le sonreí.
—Vuelvo en un momento y nos tomamos el postre.

Acompañó a los hombres por el pasillo y Nathan maldijo por lo bajo.

—¿Así que esta es la parte en donde seguimos haciendo de decorado para el tal Watson? —Nathan tiró su servilleta sobre la mesa—. No has respondido a ninguno de mis correos sobre este viaje, Freen.
—Y no tengo pensado hacerlo.
—Entonces supongo que tenía razón. —Se levantó de la mesa—. Nuestro padre se sentiría avergonzado de ti ahora mismo, para que lo sepas. Probablemente esté revolviéndose en la tumba de la decepción por ver en lo que te has convertido.
—¿Y qué es exactamente en lo que me he convertido?
—En otra con maldito traje. —Se giró hacia mí—. Si me perdonas, creo que esta noche pasaré de hacer el papel de cariñoso hermano mayor. Te sugiero que hagas lo mismo, Rebecca. Estoy seguro de que se las ha arreglado para arrastrarte hasta esta pantomima de mierda. —Salió de la casa y dio un portazo antes de marcharse.

Freen apretó la mandíbula y me estrechó la mano por debajo de la mesa.

—¿Quieres tomar un poco el aire? —le pregunté.

No respondió. Permaneció en silencio, estrechándome la mano cada pocos segundos y maldiciendo entre medias.

Para cuando Brenton, Liz y Watson volvieron a la mesa, había conseguido recuperar la pose de mujer de negocios.

—¿Qué día quiere que repasemos los documentos finales, señor Watson? —

Ni siquiera se molestó en pedirnos a Liz y a mí que nos marcháramos para que pudieran hablar

Novia por treinta días Freenbecky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora