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POV FREEN

VARIOS DÍAS DESPUÉS…

La frase «Deja que te explique» era siempre un mal presagio cuando salía de boca de Brenton, y en el caso de la «operación Falsa Prometida» bien podían haber sido una maldición.

—Espere, espere. —La decimocuarta candidata de la semana se detuvo junto a mi puerta—. Deme otra
oportunidad y le prometo que no volveré a mentir sobre mi pasado, señora Chankimha. Se lo contaré todo sobre
las drogas, ¡se lo prometo!.

Por Dios Santo…

Negué con la cabeza. Lo más triste era que esa no había sido la peor a la que había entrevistado.

—Vamos. —Brenton la acompañó hacia fuera—. Seguiremos en contacto.

Saqué mi teléfono y le envié un mensaje a Brenton.

Solo voy a ver a una más hoy, Brenton. Me gustaría conservar el resto de mis neuronas. Gracias.

Le di a enviar y el teléfono de mi escritorio comenzó a sonar.

—Sarocha Chankimha al habla —respondí—. Tiene dos minutos.
—Buenas tardes, señora Chankimha. —Era una suave voz femenina—. Me llamo Heather McAvoy y trabajo para
Carriage Firm, en Manhattan. La llamo para preguntarle qué opina sobre la propuesta que le envié a su oficina la semana pasada.
—No recuerdo haber recibido ninguna propuesta —le respondí—. ¿Recibió un correo de confirmación?
—Sí, de la mismísima Rebecca.
—¿Rebecca Armstrong? —Negué con la cabeza. No estaba segura de cuándo había empezado todo el mundo a llamarla «la mismísima».
—Sí, esa misma.
—Espere unos segundos. —La puse en espera y llamé a mi secretaria—. ¿Puedes decirle a la señorita Armstrong que venga a mi oficina, por favor?.

Colgué antes de que pudiera responderme y, tras unos segundos, Rebecca entró en el despacho. Llevaba un vestido nuevo, uno de color beis que se ajustaba a sus curvas a la perfección. Se cruzó de brazos y frunció sus carnosos labios rosados.

Por Dios Santo…

—¿Sí, señora Chankimha? —preguntó—. ¿Me ha llamado para asegurarse de que no me he liberado de mis
cadenas hoy?
—¿Has tenido fantasías en las que te encadenaba? —interpelé—. Hablemos sobre ello.

Ella puso los ojos en blanco.

—Ahora mismo estoy en una conferencia con uno de tus agentes inmobiliarios. ¿Qué quieres?
—Tengo a Heather McAvoy, de Carriage Firm, al teléfono. Dice que le enviaste un correo de confirmación sobre una propuesta que nunca he llegado a ver. Sé que estás intentando que te despida, pero seguro que hay una manera mejor que ocultarme las propuestas.
—No te estoy ocultando nada —replicó—. La leí y decidí que no merecía la pena que perdieras el tiempo con ella. Solo te está llamando porque le dije que tenías cosas más importantes que hacer que leer un informe que parece redactado por un adolescente. Pero, de todas formas, si quieres comprobarlo tú misma, he dejado una copia en tu nube. ¿Necesitas algo más?

Tu boca.

—Un café.
—Y yo también. —Caminó hacia la puerta—. Hay mucho en la cafetería de empleados de la planta de abajo.

Esperé a que cerrara la puerta con suavidad, como de costumbre, y encontré la propuesta justo donde
ella había dicho que estaba. Conseguí terminar de leer las cinco primeras líneas, pero tuve que rendirme.

Le colgué a la señorita McAvoy y rápidamente me puse a escribir un correo cuyo asunto rezaba:

«Si Rebecca dice que no, es un jodido no».

En cuanto le di a enviar, una becaria entró en mi despacho con una taza de café. Se sonrojó cuando la colocó sobre mi mesa y sonrió con timidez.

—¿Cuánto azúcar le has puesto? —le pregunté.
—Nada. —Volvió a sonrojarse—. La señorita Armstrong dijo que le gustaba exactamente así.

Seguro que lo ha dicho…

Abrí un cajón y quité el tablero oculto para encontrarme justo con un post-it escrito a mano por Rebecca en lugar de mi alijo de sobres de azúcar moreno.

«Deja de ROBARME los sobres de azúcar de mi escritorio.
Gracias.

Rebecca

P. D: Tampoco es que me importe (porque NO ES EL CASO), pero tu médico dijo que podrías reducir el estrés si eliminabas el azúcar de un par de los cafés que te tomas al día».

Gruñí y le di un sorbo al café amargo. Comencé a escribir un mensaje a Brenton para cancelar la última
entrevista que nos quedaba porque estaba tardando demasiado, pero entonces entró en mi despacho con
una bonita rubia a su lado.

Novia por treinta días Freenbecky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora