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BECKY

DÍA VEINTINUEVE

No me puedo creer que no haya llamado.

El teléfono no había sonado ni una vez desde que llegamos a Nueva York. Sin embargo, una parte de mí sabía que esa posibilidad siempre había existido. Siempre que Freen cerraba un trato, daba una fiesta para celebrarlo. El trato se convertía enseguida en «agua pasada» en cuanto la fiesta empezaba y ella comenzaba de nuevo su caza.

Había leído comentarios sobre lo contenta que estaba en la fiesta de celebración y de cómo le había dicho a todo el mundo que su prometida no había podido acudir por «motivos personales», así que me lo tomé como una señal para que mantuviera las distancias. Había llegado a sopesar ir a la fiesta, pero cambié de opinión en el último momento.

—Ánimo, Bec. —Mi hermana colocó una taza de chocolate caliente delante de mí—. Al menos pudiste follártela. Fue genial todas las veces, ¿no?
—¿Eso es lo único en lo que piensas últimamente, Jenna? —No. —Sonrió—. Sí.

No pude evitar reírme.
—Sí, siempre.
—Bueno, pues atesora esos recuerdos hasta que encuentres a alguien nuevo. Seguro que ella ya ha
conocido a alguien. Después de todo, es Señorita Page Six. —Recuérdame que no acuda a ti cuando necesite consuelo de nuevo.
—No entiendo cuál es el problema. —Sacó un cupcake del frigorífico—. Has trabajado durante años para ella. Te sentías atraída hacia ella, pero no lo suficiente como para cruzar la línea. Te invita a firmar un contrato distinto y temporal del que, básicamente, te deja libre en los últimos días, y encima te quejas. Tampoco es que estés enamorada de esa tipa, ¿no?

No respondí.

—Oh, Dios mío… —Se desplomó delante de mí—. Supongo que debería haberme dado cuenta de que ese era el motivo por el que te negaste a salir y conocer a otras personas después de tu última ruptura.
—Eso no tuvo nada que ver con Freen.
—Creo que tiene todo que ver con ella. ¿Por qué, si no, ibas a pasar todo ese tiempo extra con ella antes del acuerdo?

Parecía estar a punto de lanzar uno de sus discursos «profundos» (pero no tan esclarecedores) propios de ella, pero de repente llamaron a la puerta.

—Voy. —Corrí hacia la puerta y me encontré cara a cara con nuestra madre. —¿Mamá? —dije—. Pensaba que no vendrías hasta el fin de semana.
—¿Cuándo pensabas decirme que estás comprometida? —Parecía dolida—. Me he tenido que enterar por el Financial Times. Me he visto obligada a venir antes de lo que tenía pensado porque sabía que no podrías esconderme algo así durante tanto tiempo. ¿A que no?
—Vamos a hablar sobre ello. —Suspiré y la dejé pasar—. ¿Café o té?
—Vodka.

Entré en la cocina y le puse un chupito. Yo me preparé un zumo de naranja.

—Tu jefa es un partidazo de la leche —dijo, cogiéndome el vaso de la mano—. Lo único es que me sorprende que fueras por ella después de tanto quejarte en los seis primeros meses que trabajaste para ella.
—No se trata de un compromiso de verdad, mamá —afirmé—. Nunca lo ha sido.
—Pues claro que es un compromiso de verdad. No tienes por qué casarte en menos de un año, como hicimos tu padre y yo, para que sea de verdad.
—No, no es eso a lo que me refería. Quiero decir que nunca…

Alguien llamó a la puerta cuando estaba a mitad de frase y no pude acabar.

—Dame un segundo —le dije mientras me levantaba.
Abrí la puerta y me encontré cara a cara con Freen.
—¿Sí? —pregunté.
—¿Vas a invitarme a entrar?
—Sí. —Me sonrojé de tan solo verla con su habitual traje negro, e hice un ademán para que pasara.
—¡Rebecca, ¿es ella?! —gritó mi madre desde la cocina, pero no esperó a que respondiera.
—Un placer conocerla, señora Armstrong. —Freen le tendió la mano a mi madre cuando esta entró en el salón—. Soy Sarocha Chankimha, la prometida de Rebecca.

Ella la miró  y después a mí. Hizo «guau» con la boca y le estrechó la mano antes de volver de nuevo a la cocina.

—No sabía que tenías compañía esta noche —me dijo, colocándome un mechón de cabello detrás de la
oreja.
—Lo habrías sabido si hubieras respondido a mis mensajes y hubieses dejado de ignorarme.

Alzó una ceja.

—Me encargaste un móvil y una compañía de teléfono nuevos antes de irnos a Blue Harbor. Lo cambié el otro día. Perdón por no haberte llamado, pero lo que sí es cierto es que no te estoy ignorando, Rebecca.

Nos miramos fijamente.

—Estaba pensando en ti, y quería verte —dijo.
—¿Para acostarnos?
—No solo para acostarnos. —Sonrió—. ¿Puedes ir a la oficina mañana y dejar libre tu despacho? Brenton está empezando a impacientarse y quiere instalarse lo antes posible. Si vuelves al trabajo, te dejo quedártelo.
—Creo que no. —Me reí cuando sus labios rozaron los míos—. ¿A qué hora quieres que vaya?
—A las ocho en punto —respondió—. Y quiero que primero pases por el mío.
—Vale. —La besé de nuevo, y entonces se volvió hacia la puerta.
—Te veré mañana.
—Hasta mañana.

Volví a la cocina y me senté frente a mi madre.

—Bueno, ¿qué es eso que estabas diciendo sobre que el compromiso con tu prometida no es de verdad? —preguntó.
—Nada. —Sonreí—. Nada en absoluto.

Novia por treinta días Freenbecky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora