14-| Un día siendo mamá

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Durante la siguiente semana Lila y yo nos estuvimos esquivando como las mejores

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Durante la siguiente semana Lila y yo nos estuvimos esquivando como las mejores. Me di cuenta que ella coordinaba sus clases para que no chocarán con las mías y yo había cambiado varios horarios esa semana para no tener que enfrentarla.

Me da incluso vergüenza lo estúpidas que nos pusimos la única vez que nos cruzamos: fue en el comedor, yo por primera vez quise comer algo allí porque no me daba tiempo de ir a casa con todo el cambio de horarios, fui a por un chocolate caliente porque esa mañana había amanecido fresca, ella estaba de espaldas a la máquina y cuando se dió cuenta y me miró nos quedamos paralizadas.

Así como me venía pasando durante toda la semana, las imágenes de lo que pudo haber pasado si ninguna de las dos hubiera frenado esa noche en su casa me golpearon con fuerza. Sus manos en mi cabello, apretando con fuerza, mientras sus muslos me rodean el rostro, sus manos arriba de mí, mi respiración acelerada...

Sentí como un rubor me subía por el cuello y me fuí de allí lo más rápido posible en cuanto la ví abrir la boca.

Y aunque imágenes impuras aparecían en mi cabeza constantemente, era muy conciente que aquello que había hecho había sido una completa insensatez de mi parte. Había mandado a la mierda mis reglas de no acostarme con mujeres con una vida detrás de ellas: que ya se habían casado, que tenían hijos, que eran mayores que yo y que sabían más cosas de la vida que yo.

Lila era, lo más seguro, todo aquello.

Y aún así no quería detenerme cuando ví sus ojos grises casi negros de lujuria, sus labios hinchados y sus ganas de volver a poner sus manos sobre mí. Y eso me estaba matando.

No sabía bien en que momento habíamos comenzado a besarnos, recuerdo estar lavando los platos y proponerle ir al bar donde trabajaba, me sentía tranquila pues la cena no había estado tan mal y mi lengua se había aflojado. Pronto la sentí acercarse y su olor me impregnó por completo, sus labios se encontraron con los míos y hacía tanto que nadie me besaba con tantas ganas que me sentí incapaz de pensar siquiera.

«Deja de pensar en eso»

Debía dejar de hacerlo.

Luego de ese encuentro en el comedor no volvimos a vernos, no nos escribimos ni nos llamamos y los compañeros que teníamos en común no nos hablaban de la otra.

Y aún así me sentía inquieta todo el tiempo.

Quizás por eso me sorprendió cuando recibí una llamada de ella en medio de una clase. La profesora, que no le caía muy bien, me miró con el entrecejo fruncido y me apresuré a salir por la puerta, rezando que no diera una explicación tan compleja mientras yo no estaba.

—Tranquila, yo te explico luego— me susurró Clara con una sonrisa tierna, asentí y salí del salón.

Atendí sin siquiera mirar el nombre.

Cuando llegas y te vas [LIBRO 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora