5 de diciembre.

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Me subí al bus, luego de que dos hubieran seguido de largo y hubiesen ignorado mi seña para que parasen. Era de noche pero dado a que estábamos al borde del verano, todavía había algo de luz. Subí los escalones y después de pagar mi boleto, caminé hacia un asiento libre. Mientras me dirigía hacia allí, mi mirada se cruzó con la de un chico desconocido. Un chico lindo desconocido. Entonces le dediqué una sonrisa coqueta, y me dí cuenta de que era buena haciendo aquello.
            No se bien cuando, pero luego de encontrar un asiento me quedé dormida de inmediato.
            Cuando desperté me dí cuenta de que estaba en mi parada. El reloj de mi inconsciente jamás me fallaba a la hora de despertarme en el momento preciso.

            Y luego, segundos antes de bajarme del bus, pensé en lo genial que sería poder subirme algún día, y no tener una parada específica. Y recorrer la ciudad. Y conocer gente nueva. E intentar adivinar la historia de los pasajeros. Y no preocuparme por bajarme en la parada equivocada, porque total, cualquiera podría ser la correcta.

            Se sintió bien pensar en eso. Pero también sentí como otra cuerda vieja de la vieja guitarra desafinada que tenía en mi interior se desprendía. Y como me sentía encerrada. Y como me estaba ahogando y necesitaba urgente a alguien que me fuese a rescatar.

            Pero tal vez era demasiado tarde.

Jules.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora