12 de diciembre.

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Estoy llorando. Y mi mamá está a mi lado, con cara de preocupación, intentando consolarme. Pero ella no entiende.

Nadie lo hace.

Y eso me frustra. Me frustra que cada vez que me siento mal se me acerquen y me abracen como si entendiesen realmente qué es lo que me está pasando. O cuando me miran y me dicen "ya va a pasar, tranquilízate" como si llegase a ser tan sencillo.

Pero creo que lo que más me frustra es el hecho de que tal vez realmente sea absurdo llorar por algo así. Y sentirse mal por algo así. Y hacer preocupar a los demás por algo tan tonto. Pero hay veces en los que uno necesita sentirse mal y que no lo molesten, y ya. Y no sentirse ahogado. Y sentirse libre de llorar cuando se le de la gana. Y creer que solo está llorando por el simple hecho de querer llorar, cuando en realidad siempre hay una razón detrás.

El dieciocho estaré viajando hacia la otra punta del país para asistir a la cena formal que se organizó por el egreso de mi primo. Y la verdad es que no me importa. Ese no es el problema.

De hecho, yo a mis primos los adoro, aún cuando hay cientos de kilómetros que nos separan. Aún cuando con suerte nos podemos ver unos días al año.

El problema es el día. El dieciocho de diciembre se supone que estaría bailando frente a un montón de personas. No viajando en un apestoso auto con olor a sudor. Se suponía que yo estaría en el cuarto de baño haciéndome un rodete perfecto. Y agarrando las mechas de cabello sueltas con invisibles. Entonces mamá entraría y me diría que se nos está haciendo tarde. Y yo me pondría nerviosa. Y luego, horas más tarde, peinada y vestida, y feliz, bailaría la coreografía que mi profesora había preparado para mí a principio de año. Esa con la que tanto me había esforzado para que saliese perfecta. Y la música sonaría y atravesaría mi cuerpo. Y yo la sentiría. Y haría que el público también la sintiese. Respiraría entrecortadamente al final, y escucharía los aplausos del público. Sentiría que todo mi esfuerzo habría valido para algo, y estaría orgullosa de mí misma.

Pero no.

Maldita sea, nada de eso pasaría.

Y entonces yo le digo a mamá que no quiero viajar mientras lloro como si fuese una niña pequeña. Pero ella me dice que la familia es más importante. Y aunque en ese preciso momento no estoy ni cerca de estar de acuerdo, acepto lo que dice. Le respondo que está bien, y cuando me pregunta si me encuentro bien, yo le digo que sí.

Ella se va de mi habitación.

Y yo apago la luz.

Y lloro.

Y otra cuerda vieja como la de una vieja guitarra se rompe dentro de mí.

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Oh.

Eso dolió un poco.

¿Qué les está pareciendo? A veces siento que Jules es una niña muy triste hundida en el fondo del océano. Pero no sé.

¿Y ustedes? ¿Qué es lo que piensan sobre nuestra pequeña Jules? 

-inconexa.

Jules.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora