6 de diciembre.

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Era temprano en la mañana. Me estaba alistando para irme. Tenía el bolso cargado con ropa y cosas necesarias como para cinco días. Elementos de aseo personal y todas esas chorradas. En fin, mi papá estaba subiendo mi bolso y el de mi hermana al auto, con una sonrisa algo triste en el rostro porque sabía que no faltaba mucho como para tener que despedirse de nosotras. Él nos quería.

Por suerte, tenía un padre genial.

Con mi hermana nos íbamos de viaje a un campamento. Era específicamente para estudiantes desde los doce hasta los dieciocho años, donde se debatían temas sobre la situación del país y etcéteras políticas. Ya había asistido a los que se habían hecho en los últimos dos años y la había pasado de maravilla. Y la gente allí era genial. E irían mis primos. Y algunos de sus amigos.

Pero Nathan no. Se había ido de viaje días antes y su madre no le había permitido asistir. Y eso era un tanto decepcionante.

Fuera del hecho de que él tuviese una novia, me habría gustado volver a encontrármelo. Habría sido raro y lindo y feliz. No sé.

En fin, el campamento era nacional, por lo que asistían chicos de todo el país. Eso lo volvía mil veces más emocionante. Amaba conocer gente nueva, y poder convivir con ellos aunque fuese solo por cinco días, era genial. Los compañeros de mi ciudad y yo fuimos de los primeros en llegar, por lo que empezamos a acampar y a ayudar a otros a armar sus carpas. La gente iba llegando y yo me iba poniendo más y más feliz al reencontrarme con rostros conocidos. Esto era tan genial.

Llegó la hora del almuerzo y el grupo de mis primos todavía no había llegado. Entonces me senté en el suelo junto con mi hermana en una ronda con algunos chicos de mi ciudad y nos pusimos a conversar. Eran todos muy divertidos.

Y cuando levanté la vista, y ví a mis primos a lo lejos, no pude hacer más que sonreír y ver a mi hermana fijamente.

-¿Por qué me miras así?

-¡Llegaron!

-¿Qué? -parecía confusa.

-¡Que llegaron! ¡Los primos! ¡Acá están!

Mi hermana se paró de inmediato, la emoción invadiendo su rostro.

-¿¿Dónde?? -le señalé dónde y salió disparada hacia allí, conmigo detrás siguiéndole los pasos. Entonces paré. Y mi corazón también lo hizo. Mi sonrisa fue más grande aún, y la emoción nublaba mis párpados. Él estaba. Diablos, estaba allí, parado, dándome la espalda. Pero estaba, y puedo jurar que no era una alucinación.

Me acerqué sigilosamente y lo abracé fuertemente por detrás. Él se giró algo desorientado hacia mí, y cuando me reconoció, me devolvió el abrazo.

Y todo salió. Se fue, voló, lejos. Simplemente recordamos.

Todo.

Las palabras escritas y la que no. Las grietas en nuestros labios y la tierra bajo nuestros pies. Y no nos dijimos nada. Pero nos entendimos.

Y olí su desodorante mezclado con el sudor del viaje. Y sonrió mostrando sus dientes torcidos. Y sonreí mostrando mi mandíbula completa.

Y recordé.

Pero fui feliz.

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Quiero que me respondan algo:

¿Qué pasa cuando acercas el hielo al fuego? ¿El fuego se extingue? ¿O el hielo se evapora?

Oh Jules, si piensas jugar con fuego, espero que te gusten las quemaduras.

-inconexa.

Jules.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora