18 de diciembre.

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Siento mis extremidades entumecidas y no logro encontrar una posición cómoda para dormir. Apenas llevamos unas horas viajando, pero ya quiero llegar. El auto huele a sudor y está caliente. Mi hermana duerme a mi lado, y mis abuelos discuten en la parte delantera del auto. Jamás se llevaron muy bien. Tampoco yo me llevé muy bien con ellos. De hecho, la única razón por la que les llamo abuelos es porque son los padres de mi madre. Porque fuera de eso, no tienen nada de abuelos para mí. Había una época en la que los veía con suerte dos veces al año, y era una tarde de infierno, donde la abuela lo único que hacía era gritarnos por cada cosa que no hacíamos como ella quería. Y donde el abuelo con suerte se aparecía para cenar. A veces.

Y creo que la única razón por la que estoy viajando con ellos, es porque se ofrecieron a llevarnos para la cena formal de mi primo. Y nosotros nos ahorrábamos todo el dinero que sale el pasaje en avión. En resumen, por conveniencia.

Estaba viajando bastante bien hasta que la abuela nos empezó a gritar y a retar por algo que sinceramente no tenía mucha importancia. Entonces enterré la cara en la almohada que me había llevado y lloré en silencio. De nuevo.

Porque no se supone que yo debiera estar acá aguantándome los gritos chillones de la abuela. Se supone que yo estaría bailando y haciendo lo que más me gusta.

Y no puedo hacer más que pensar que la vida es una mierda cuando quiere y en las ganas que tengo de ahorcar a mi abuela y dejar abandonado a mi abuelo en alguno de los campos por los que pasábamos.


Ayer se suponía que me juntaría con Abigail y Erwin para ver una película. Pero no fui porque tenía demasiadas cosas que planear para el viaje. Y de todos modos Erwin me dijo que tampoco iría. Igualmente no me importaba mucho.

Ya me había olvidado de él.

Jules.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora