चार

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Pasó el paño húmedo por el rostro de aquel hombre en cama, reacia a abandonarlo y condenarlo a una muerte solitaria, aún con el riesgo que suponía para sí misma

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Pasó el paño húmedo por el rostro de aquel hombre en cama, reacia a abandonarlo y condenarlo a una muerte solitaria, aún con el riesgo que suponía para sí misma.

   No había día que no orara a los dioses por salvarle la vida a su amado, después de todo lo que había intentado, no tenía nada que perder.

   Era un momento crítico no solo para ellos, sino que en el país miles de personas estaban afectadas por el virus. La exigua atención de los doctores debido a las altas tasas de contagios les rebasaba en cantidad y capacidad, era algo nunca antes visto.

Si bien, después de cuatro días ella logró dar con un doctor que revisara al varón y este le diera las mismas indicaciones que a muchos otros, las cosas no iban por buen camino.

La fiebre era muy alta, su cuerpo se desbordaba en su propio sudor y el vómito no cesaba. Él se vio obligado a dejar su vida cotidiana debido al mal que le aquejaba.

El doctor le advirtió a la joven que se mantuviera lejos o que lo abandonara hasta que superara la enfermedad (si eso pasaba), o ella resultaría contagiada igualmente. La mujer ni siquiera consideró o al menos escuchó las palabras del señor. La simple idea de despegarse de él un segundo en un momento como este, le causaba un gran dolor, como si le atravesaran el pecho.

Todo era normal hace pocos días para ellos, quienes vivían felizmente. Parecían complementarse de una forma tan especial como un rompecabezas.

—Tienes que dejarme —musitó con pena el hombre, sin abrir los ojos.

—Te he dicho que no —ella replicó con firmeza.

—Si no lo haces, sufrirás como yo.

—Y si lo hago sufriré igualmente —recalcó.

¿Qué no de eso se trataba el amor? Cuidar de la persona que aprecias, acompañarla y desearle lo mejor... en la enfermedad y la salud. Y dolía cuando la ineptitud te llenaba.

Aunque él no lo dijera, el hecho de que ella permaneciera ahí a pesar de todo, lo hacía feliz. Era egoísta, pero si iba a morir, lo único que quería es que su último pensamiento y recuerdo tuviera su rostro. Esperaba nacer y conocerla de nuevo, volverse a enamorar de ella una y otra vez.

—Gracias —se limitó a contestar.

—Quiero ir a donde tú vayas. —Ella se hincó al pie de la cama y tomó la mano de él entre las suyas, aferrándose con cada latido.

«Por favor, llévenme a donde sea que él termine». Pidió a cualquier deidad o fuerza que quisiera oírla.

Él sería un número más en una larga suma de vidas arrebatadas por algo que el ser humano no comprendería hasta siglos después.

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MEMORIA KÁRMICA | Virgo ShakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora