Consumida

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AGOSTO, 1990

Cada día parece fusionarse con el anterior, un ciclo interminable de aflicción y desesperanza. Hago todo lo que se me pide, sigo el tratamiento y las indicaciones, dejándome intervenir por las enfermeras sin resistencia, como si fuera un mero objeto, un cuerpo sin voluntad propia. A veces, sin embargo, el pánico se apodera de mí y me niego a cooperar, resistiendo con todo lo que me queda.

   La comida se ha convertido en un enemigo. He tratado de seguir la dieta que me imponen, pero nada parece surtir efecto. La mayoría de mis días transcurren entre el dolor y las náuseas constantes. En mis mejores momentos, logro evitar el baño, pero en muchos otros, termino abrazando la taza, sollozando, con la garganta ardiendo como si escupiera fuego.

   Dormir se ha vuelto mi única escapatoria, mi forma de eludir este tormento. Aun así, hay días en los que ni siquiera el sueño me brinda consuelo. Me encuentro despierta, atrapada en un estado de ensoñación, con la mirada lejana y maldiciendo mi propio cuerpo. Me siento traicionada por esta carne que no puede resistir, por este cuerpo que no puede sobrellevar el peso de la enfermedad. Soy tan débil. Una simple herida se convierte en un mar de sangre, recordándome mi fragilidad.

   Mi abuela me mira con tristeza, sus ojos son un espejo de la amargura que siento al ver mi reflejo, una sombra de quien solía ser. No me lo dice directamente, pero sé que le duele verme así, consumida, sin rastro de la vitalidad que una vez tuve.

   He dejado de hablar de mis miedos, de la idea que me ronda constantemente: abandonar las quimioterapias. ¿Qué sentido tiene que mis padres, sigan invirtiendo tiempo y dinero en mí, alguien que siente que no tiene futuro? La carga emocional y financiera parece demasiado pesada para una esperanza que se desvanece día a día.

   El cansancio emocional es abrumador. Cada sesión de tratamiento es un recordatorio de mi impotencia, de la falta de control sobre mí propia vida. Estoy atrapada en un cuerpo que me ha fallado, en una mente que no encuentra alivio. La desesperanza se ha convertido en mi compañera constante, un espectro que se cierne sobre cada pensamiento y cada respiro. Me aferro a los momentos de claridad, pero cada vez son menos. El futuro se presenta incierto, oscuro, y me pregunto cuánto tiempo más podré soportar esta lucha que parece no tener fin. Cuándo dejaré de sentir.



Shaka se sentó en meditación, tratando de calmar la tormenta interna que lo envolvía. Su mente, normalmente serena y enfocada, estaba ahora llena de pensamientos sobre Nirvana y la sombra de su enfermedad. En su corazón, el peso de la angustia de ella era como una piedra, firme e implacable.

«¿Cómo puede alguien tan llena de luz enfrentarse a tanta oscuridad?» se preguntaba, observando las sombras danzar en su templo. La lucha de Nirvana contra la leucemia no era solo física; cada día era una batalla emocional que drenaba su espíritu. Shaka, con su sabiduría y conexión con el universo, entendía la fragilidad de la vida, pero ver a Nirvana sumida en el desánimo era un dolor que no había anticipado.

MEMORIA KÁRMICA | Virgo ShakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora