Mirada de vidas pasadas

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Había sido un día largo, lleno de expectativas y miedos, de rostros desconocidos y voces que trataron de consolarla

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Había sido un día largo, lleno de expectativas y miedos, de rostros desconocidos y voces que trataron de consolarla. Fue un lugar suspendido entre la realidad y la fantasía.

   Después de la primera quimioterapia, sus venas aún recordaban la sensación gélida del medicamento que había viajado por su cuerpo, una invasión necesaria pero aterradora. Cerró los ojos y recordó el momento en que la aguja había perforado su piel, una picadura breve que se había convertido en un río helado corriendo por sus venas.

   El cansancio era abrumador, no solo físico sino también emocional. Sentía una especie de agotamiento que iba más allá del cuerpo, como si su alma estuviera luchando por mantenerse a flote en un mar de incertidumbre. Quería llorar, pero las lágrimas no llegaban, como si su tristeza fuera demasiado profunda para ser expresada con simples sollozos o por el contrario como si simplemente no valiera la pena derramar gota alguna por algo así. El miedo también estaba allí, un golpe constante en el rincón de su mente. ¿Funcionaría el tratamiento? ¿Cuánto más tendría que soportar? Las preguntas sin respuesta se arremolinaban en su cabeza, creando una tormenta de ansiedad y causándole una opresión en el pecho.

   —Hija.

   La voz de su madre entró sin precedentes a sus oídos haciéndola sobresaltar y menos mal, la salvó antes de que su propia mente y emociones la enterraran en un pozo oscuro.

   —¿Qué sucede, mamá? —respondió con disminuida distracción aunque sin enfoque absoluto.

   —Te preguntaba si comerías abajo con tu abuela y conmigo, o si preferías hacerlo aquí. —El tono de la mujer era cuidadoso, no había que ser un especialista para saber que Nirvana estaba en otro mundo, con la mirada pérdida, era un golpe fuerte. Someterse a la quimioterapia sería equivalente a no poder ignorar más su condición.

   —Lo siento mamá, no te escuché, estaba pensando. —La pelirroja finalmente estableció contacto con su madre y sonrió de lado, aún recostada en su cama.

   Su madre se sentó en el borde de la cama y extendió su mano hasta los mechones de la menor, trazando un camino en ellos.

   —Sé que estás muy preocupada —comenzó a decir—, estamos comenzando, no te precipites a lastimarte con tus pensamientos —finalizó.

   Aún siendo un gesto pequeño, la joven con gafas apreciaba con gentileza el esfuerzo de su madre por hacerla sentir mejor. No había nada mejor en el tacto de una madre. Por supuesto le daba la razón en lo dicho, simplemente el miedo se apoderaba de ella llevándola a generar ideas lúgubres.

—Lo sé, lo sé —suspiró resignada—, no puedo evitarlo la verdad. —Nirvana soltó una risita y su madre la acompañó. Le extendió los brazos y la envolvió en un abrazo vigorizante.

—Estoy contigo, hija.

—Gracias, mamá.

Ambas bajaron al comedor con la joven portando un mejor semblante que el de minutos antes. Su abuela terminaba por sentarse en una de las sillas cuando sus ojos se arrugaron al esbozar una sonrisa por ver la silueta de su nieta aproximándose a la habitación.

MEMORIA KÁRMICA | Virgo ShakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora