Capítulo 3

167 13 6
                                    

El sol que ilumina el cielo de Meridian entró por la ventana despertando a Aloy. Respiró profundamente y abrió los ojos mientras suspiraba. A pesar de sus heridas, aquella noche se había sentido como si hubiese dormido sobre una nube. La habitación olía a infusiones y a dulce. Buscó con la mirada a Avad por los alrededores pero no estaba, y la corona que el día anterior descansaba sobre mesa, tampoco. Junto al lecho, había una silla con una bandeja que tenía un cuenco con leche, dos vasos llenos de distintas infusiones, una clara y otra oscura; y un bollo de aspecto apetitoso. Junto a él había una nota. El Rey Sol lo había dejado todo lo suficientemente cerca como para que pudiese alcanzarlo sin salir de la cama. Estiró el brazo para alcanzarla y la observó unos instantes. Destacaba sobre todo la cuidada caligrafía en cursiva en tinta azul con la que estaba escrita, probablemente había utilizado una refinada pluma. Aunque solo fuese una nota, jamás había visto un texto tan limpio y agradable a la vista. Leyó en voz baja. "Buenos días, Aloy. Me he ido a supervisar cómo está la reconstrucción de la ciudad y a ayudar a quien necesite una mano. Parece que esta noche va a hacer malo. Aquí las tormentas no son usuales, pero cuando ocurren, no son para nada amistosas." Entonces, dejó de leer. Una viva imagen se vino a su cabeza, recordando de esta manera cómo había ido a parar a Meridian. Tras reinstalar a Gaia en la base, Aloy se había marchado lomos de su alasol para partir rumbo a las Tierras Sagradas, principalmente para dar la noticia de que el hijo de la cacique había muerto defendiéndola en combate y reunir un ejército, pero no sin hacer una breve parada en Meridian. Desafortunadamente, una tormenta la había sorprendido, debido a la IA aún no había vuelto a tomar totalmente el control del sistema de terraformación, y el clima seguía siendo bastante caótico. Esta tormenta había levantado fuertes vientos acompañados de una lluvia torrencial que la habían sacudido con fuerza. Los rayos iluminaban como flashes en la noche, cegándola. Todo aquello unido logró tirarla de su montura haciendo que cayese al vacío de manera descontrolada, dando vueltas sobre sí misma. Consiguió desplegar su alaescudo, pero esto no logró frenar bien la caída debido al mal ángulo con el que iba, haciendo que se golpease el brazo izquierdo y perdiese el conocimiento al chocar contra el suelo.

—Bueno... no fue mi mejor aterrizaje, pero podía haber salido mucho peor. —admitió regresando su vista al papel. "Sé que no aguantas quieta ni un minuto, pero por favor, te pido que no salgas. Debes descansar para que tus heridas sanen. Nos vemos a la hora de comer. Avad." El texto finalizaba con la firma del monarca. Se veía elegante y majestuosa sin la necesidad de estar muy recargada. Aloy recorrió el dibujo con las llamas de sus dedos. Comparado con otros pergaminos que había visto, este parecía una pequeña obra de arte. Lo dobló para guardárselo como recuerdo después, mientras alcanzaba el bollo.

—Ah, lo siento, Avad, pero esta vez no te haré caso. —dijo Aloy comenzando desayunar, mordiendo con ganas aquel el apetitoso manjar. Terminó muy deprisa toda la comida que le había subido el rey, y, acto seguido, se levantó dirigiéndose al baúl para vestirse. Al abrirlo, se encontró con otra nota que decía "Ah sí, también me llevé tu armadura a limpiar ya que estaba bastante manchada, pero para la tarde ya estará como nueva. Aún así, he de decir que no te iba a hacer falta, ya que no debes salir de la habitación, no tendrías ni que estar leyendo esto!"— Ahh... esta vez te me has adelantado, pero aún no me he quedado sin ideas. Un buen cazador siempre tiene una segunda opción, o incluso una tercera. —murmuró. Entonces, rebuscó en su mochila. Allí siempre llevaba entre otras cosas, su atuendo de paria, ese había confeccionado con ayuda de Rost, de manera que nunca olvidaría sus orígenes, sus raíces. Al sacar la prenda le dio nostalgia al recordar a su figura paternal. De repente se llevó la mano al cuello recordando el colgante que le había regalado el día de la prueba, en su despedida. Asustada, se dio cuenta de que no estaba colgado en su cuello. Soltó un suspiro tembloroso. No podía haberlo perdido. Se llevó ambas manos a la boca oprimiendo un grito de pánico. Entonces, se vistió lo más rápido que pudo, se colocó el foco. Decidió que lo mejor sería seguir el rastro de Avad, esperando con toda su alma que él supiese dónde estaba. Encendió el aparato y rastreó hasta encontrar las huellas del Rey Sol y, comenzó a caminar deprisa siguiendo las marcas de triángulos morados que aparecían en el suelo junto al rastro, facilitando el seguimiento. Sorteando a los guardias porque seguramente él les habría advertido que la vigilasen, salió del palacio. Caminó deprisa por el puente y callejeó hasta llegar a la parte baja de la ciudad. No podía correr puesto que después del golpe sentía dolor en las piernas y las costillas. El ascensor estaba roto, así que siguió la ruta que había tomado Avad, un pequeño rodeo hasta llegar a los maizales, donde el rastro se volvía confuso. Miró a su alrededor y allí estaba, ayudando a reparar el tejado de una casa que se encontraba junto al almacén de grano. No llevaba su habitual ropa de rey, sino que podría pasar perfectamente por un apuesto campesino. Llevaba unos pantalones marrón oscuro, y una camiseta blanca con escote en pico. Esta vez no había llevado puesta la corona, seguramente la habría dejado en su despacho, por lo que se veía su negro pelo desordenado. Tanto su ropa como sus manos estaban manchadas de polvo, provocado por el trabajo. A pesar de su atuendo, conservaba su maquillaje real.

Después de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora