Capítulo 33

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El almacén no era demasiado grande, pero tenía todo lo necesario. Se componía de dos habitaciones, una destinada a guardar telas y materiales dedicados a la confección de atuendos, y otra con una mesa a modo de mostrador, varios modelos colgados en la pared, y unos cuantos adornos, también de diseño propio. Las contraventanas de la parte posterior de la tienda, lo que sería el almacén, estaban cerradas, así que Teb las abrió para que sus huéspedes pudiesen ver mejor la estancia, y después encendió una hoguera para caldear el lugar.

—¿Os gusta?

—Es un sitio muy bonito. —dijo ella analizando cada detalle del lugar.

—Guau... ¿Has hecho tú todo esto? Es increíble. —señaló el rey con admiración recorriendo con la palma de su mano uno de los atuendos expuestos.

—Bueno, muchas gracias. Podéis echar un vistazo si queréis, os puedo regalar alguna cosa. —contestó con modestia.

—Había pensado si tendrías algo adecuado para Avad. —dijo Aloy, señalando al rey.

—Claro que sí, seguro que encontramos algo. Comamos y después lo miramos. Supongo que lo más importante es que el atuendo proteja sobre todo del frío, ¿No? No sé si estará acostumbrado a este clima.

—No... No lo está, así que necesitará resguardarse, estar bien abrigado, porque si no, va a enfermar. También busco que encaje con la ropa de aquí, quiero que se se pruebe algo distinto de lo que suele llevar, ¿Qué opinas?

—Me parece una idea fantástica, no hay mejor manera de sumergirse en nuestra cultura que participando de nuestras costumbres, lo que empieza por la ropa.

Los tres comieron contándose lo último que les había pasado aquellos meses, aunque, por supuesto, la pareja esquivó el detalle sobre el inicio de su relación. Con anécdotas y risas terminaron de comer, y comenzaron a buscar algo que encajase con el estilo y el físico del Carja. El Nora se movía de un lado para otro murmurando cosas sobre distintos atuendos, analizando partes de arriba y de abajo de distintos conjuntos, hasta que pareció dar con la combinación perfecta.

—No sé si será de su talla, pero con un ajuste le quedará bien. Vamos a probarlo, si quieres. —anunció haciendo una pila con las cosas que había encontrado. El monarca asintió con la cabeza y se desabrochó la capa dejando ver la gran espada que llevaba ceñida a la cintura— ¡Qué arma más increíble! —exclamó al verla— ¡Ya solo la funda tiene una construcción tan cuidada...!

—¿Quieres verla? —preguntó desabrochándola y tendiéndosela al joven. Cuidadosamente, él la desenvainó y admiró su perfecta forma. Era un objeto inigualable.

—No valdré para luchar, pero sé distinguir un buen arma. Y también sé cuándo dejarla antes de sacarle a alguien un ojo. —bromeó guardándola de nuevo en su funda— ¿Probamos la ropa que te he encontrado? —preguntó devolviéndole la espada a su propietario.

—Vale. —asintió empezando a quitarse la camiseta dejando asomar su piel acaramelada.

—Eh... —comenzó a decir la cazadora sintiendo que sus mejillas enrojecían— Mejor... espero fuera a que terminéis. —y rápidamente se escabulló de la habitación en dirección a la del mostrador, donde se sentó a esperar. Se quedó balanceando los pies un buen rato, hasta que escuchó la voz de su viejo amigo llamarla. Entonces, entró esperando que por favor él estuviese vestido. Se asomó con cautela viendo un resultado que para nada se esperaba. Avad se giró tímidamente hacia ella justo para encontrarse con su expresión de maravilla mientras sentía que lo analizaba de arriba a abajo. Llevaba unas peludas botas de piel de jabalí atadas con cuerdas adornadas con trozos de máquinas, que no solo embellecían los zapatos sino que además protegería sus extremidades. Llegaban hasta la mitad de las espinillas. Sus piernas iban cubiertas con unos pantalones color marrón oscuro, bien ceñidos con un cinturón del mismo material. La parte de arriba estaba hecha de una tela de ante color crema, que lucía suave y muy abrigada, y se extendía hasta la mitad superior de los muslos. Además, el cuello era bastante alto por lo que le protegería del viento. Debajo podía verse una camiseta gris. Sobre sus hombros descansaba una capa con capucha, a juego con las botas. Además, sus manos iban protegidas por unos guantes en cuyo dorso iban enganchados pedazos del caparazón de algunas máquinas, y lo mismo en sus brazos: sobre una tela similar a la de los pantalones, unas piezas blancas cuidaban de sus antebrazos acopladas con unos cables azules, presentes en muchas partes del atuendo.

Después de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora