Capítulo 7

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Avad bajó por las escaleras buscando con la mirada a Aloy entre la multitud. La encontró esperándolo, apoyada en la puerta de metal del ascensor con la mirada perdida en algún punto del cielo. Llevaba el Blasón Carja típico de Meridian que tan bien le quedaba. Una sonrisa se dibujó automáticamente en su rostro al verla. También tenía una mochila colgada en la espalda. El rey no pudo evitar preguntarse qué llevaría.

—Hola, ¿Estás listo? —saludó alegremente haciendo un gesto con la mano sonriéndole de vuelta

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—Hola, ¿Estás listo? —saludó alegremente haciendo un gesto con la mano sonriéndole de vuelta.

—Espero que sí... —dijo sonrojándose ligeramente pensando en su charla con Marad— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó intrigado.

—Es una sorpresa, —respondió ella sonriendo de manera misteriosa— espero que te guste, ¡Vamos!

Salieron de Meridian por la zona donde habían ido a buscar madera días atrás. Ambos iban en silencio. Aloy miraba hacia adelante decidida, como buscando algo en el bosque, y él no podía apartar la mirada de ella, ni sacar sus pensamientos de la cabeza. ¿Cuando sería un buen momento para tratar de decirle lo que sentía? De repente, ella frenó en seco sobresaltándolo. Agarró a Avad de la muñeca y tiró de él hacia un arbusto.

—Escóndete y escucha bien lo que te voy a decir. ¿Ves esos galopadores? Dijo señalando a un rebaño de máquinas que pastaba.

—Sí... —respondió él confundido.

—Pensé que tal vez te gustaría sabotear uno, te puedo enseñar. El día que vinimos a por leña parecías muy impactado cuando lo hice, así que se me ocurrió traerte aquí, para que veas que no es complicado.

—Ohhh... —dijo— La verdad es que sí me gustaría, pero me da un poco... bueno, bastante m-miedo...

—Voy a estar a tu lado todo el tiempo. —dijo ella tendiéndole su lanza de campeona, la que él mismo le había regalado— Sabotearemos la máquina juntos, y no voy a permitir que te hagan daño. Si eres sigiloso todo saldrá muy bien. —indeciso, él agarró el arma, liviana pero robusta.

—Vale, dime cómo se hace. —respondió al fin.

—¡Estupendo! —exclamó— Tienes que agarrar la lanza con la mano derecha, y acercarla al galopador. Entonces, la máquina se quedará quieta, y no correrás ningún peligro. Cuando te diga que puedes parar, es que la máquina está saboteada, y... ¡ya está!

—Vale, creo que lo he entendido, pero ¿Vendrás conmigo, no?

—Claro, por supuesto, ¡Vamos! Te va a encantar. —dijo entusiasmada. Agachados, se acercaron furtivamente al rebaño. Una de las máquinas se había quedado un poco más alejada del resto. Esa sería la que sabotearían. Cuidadosamente, fueron acortando la distancia, hasta que ya estaban tan sólo a unos pocos pasos— Voy a agarrar tus manos para que veas cómo se hace ¿Vale? —él asintió tragando saliva sintiendo cómo su corazón iba a mil por hora. La idea de Aloy le gustaba a la vez que le inquietaba, sobre todo lo segundo. Ella lo rodeó por la espalda con sus brazos haciendo que se ruborizase, y, poniendo sus manos sobre las de Avad, contó regresivamente susurrando en su oido— Tres...dos...uno... —y con un fuerte impulso, se acercó al animal juntando sus cuerpos, empujando al monarca hacia adelante. La punta de la lanza se iluminó con una tonalidad anaranjada. Sujetando las manos del monarca, y, poco a poco, los tonos naranjas fueron volviéndose azules. Al finalizar, Aloy retiró el arma del galopador acercándola hacia él.

Después de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora