Capítulo 5

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—¡Aloy!, ¿Qué ocurre? ¿Hay alguien ahí? —preguntó extrañado, sin comprender lo que ocurría.

—He oido un fuerte golpe, o una explosión. Tal vez estén atacando de nuevo, pero no te preocupes, no dejaré que te vuelvan a hacer daño. —respondió con el ceño fruncido, lista para el combate, encendiendo su foco para localizar a los enemigos antes de que entrasen en la habitación. Volvió a oírse un fuerte estruendo haciendo que ella se tensase aún más. Él, dándose cuenta de lo que ocurría, se levantó con cuidado y se acercó a ella— ¡Escóndete, estás herido! —exclamó muy asustada mirando en todas direcciones— Si entran, no deben verte ¡Es peligroso!

—Aloy... —dijo poniendo sus manos sobre los hombros de ella— suelta las armas, no nos están atacando, es... la tormenta... —susurró con dulzura. Ella destensó el arco y se quedó escuchando, aún con la flecha fija en la cuerda por si acaso. El viento y las gotas de lluvia resonaban por la habitación golpeando el edificio, como queriendo entrar en su interior y derrumbarlo. Recordó las batallas que había estado viviendo y todo lo que aún quedaba. Tanta destrucción, tanto odio, demasiadas muertes injustas... Fue invadida por multitud de sentimientos desagradables, e imágenes del combate. Dejando caer el arco, se tapó la cara con las manos recordando a Rost y a Varl.

—L... lo siento... —murmuró— No quería asustarte... —Avad la estrechó con fuerza entre sus brazos tratando de hacer que se sintiese mejor. Era cierto que él también había tenido sus batallas, pero desde luego no al mismo nivel que ella, quien había luchado cara a cara contra el mismísimo Helis y el diablo metálico que por poco destroza su ciudad, muchas máquinas hostiles, entre ellas un portador de muerte, y había arrasado con otros tantos en la distancia... Además, había sido sepultada por el derrumbe de un puente causado por una explosión, y había recorrido la ciudad mientras ardía en llamas para derrotar al demonio metálico. A todo eso se le sumaban todas las hazañas y combates que no conocía sobre su viaje al Oeste Prohibido, aunque algunos rumores le habían llegado, sobre todo de la enroscada de Regalla cuando iba a celebrarse la Embajada. Sin duda, ella lo había vivido todo mucho más intensamente, tanto, que cuando había despertado en Meridian pensaba que había sido secuestrada por una tal... Tilda.

—Puedes desahogarte conmigo sin problemas, no te preocupes, estoy aquí para lo que necesites. —ella se quedó suspirando en silencio apretando su cara contra su pecho. Lo abrazó con fuerza— El recuerdo de las batallas seguirá presente en nuestra memoria mucho tiempo, debemos asimilarlo como podamos. Gracias a ti estamos a salvo. —prosiguió diciendo mientras se sonrojaba— Y, aunque volviesen, no se han agotado nuestras fuerzas para luchar. —poco a poco ella se fue calmando— Todo está bien. —terminó diciendo secando sus lágrimas con el pulgar— Tenemos que superarlo y seguir adelante, como siempre has hecho.

—Gracias, Avad. —dijo ella con una sonrisa triste. Por un momento Aloy se quedó pensando en que sí, estaba muy acostumbrada a pelear, pero aquellos meses habían sido demasiado intensos incluso para ella. La muerte de Rost estaba lejos de estar superada, y la de Varl... Eran las únicas personas con las que había logrado abrirse de verdad y sus pérdidas estaban demasiado recientes. Ni siquiera había tenido tiempo de llorar a su propio padre.

—Para eso estoy aquí. —respondió él— Y ahora debes descansar. —sujetando su hombro, la acompañó de vuelta a la cama donde se sentaron.

—Avad, tengo... tengo que marcharme. —dijo haciendo ademán de levantarse, mientras miraba fijamente el baúl donde estaban sus cosas.

—¿A dónde? —preguntó confundido sin entender bien a qué se refería, apoyando ambas manos en sus hombros para que no se pusiese en pie.

—Debo continuar con mi viaje...

—Pero... si acabas de llegar, y... estás herida... —replicó triste— Además, son las tantas de la noche...

—Aún no he terminado todas mis batallas. —contestó frunciendo el ceño con pesar.

—Si vas a una batalla en este estado... —dijo mientras miraba los vendajes de la joven —solo conseguirás terminar de manera prematura... Es un suicidio ir... a donde sea que debas ir así, Aloy. —replicó agarrándola por la muñeca reteniéndola sentada.

—Es lo que debo hacer. —se resistió.

—¡Aloy! —exclamó. Realmente no podía marcharse así, todo iba en contra sus lesiones, el clima... Si marchaba así a cualquier parte solo rogaría morir— ¡No puedes irte así! —dijo mirándola con intensidad a los ojos. Un trueno los sobresaltó— Nada de la situación acompaña, ni tan siquiera el clima.

—Ahh... —suspiró dejando de resistirse— tienes razón...

—Espero que no me estés dando la razón para luego marcharte a escondidas. —dijo con tono de reproche sin apartar la mirada de sus ojos, alternando primero uno, y luego el otro— Lo que debes hacer ahora, es descansar. Cuando estés bien, yo... n-no objetaré tu... tu partida. —tartamudeó nervioso. Esperaba que su "despedida" antes del viaje al Oeste Prohibido (ya que de nuevo, al día siguiente se encontraron con que no estaba, había vuelto a marcharse a escondidas, aunque al menos había podido hablar previamente con ella), hubiese sido la última, pero acababa de comprobar que no era así. Regresó de sus pensamientos para volver la mirada hacia la cazadora, quien asintió con la cabeza.

—Está bien... me recuperaré y después... continuaré. —el Rey Sol sonrió satisfecho. Ella era realmente tozuda, pero parecía que sí iba a permanecer al menos un corto tiempo, el suficiente como para no ir con medio cuerpo herido por ahí— ¿Podría quedarme un rato... a tu lado? —pidió tiempo después aún algo intranquila. Él asintió con la cabeza abriendo con un gesto las sábanas, y ambos se tumbaron. Se taparon y permanecieron el uno junto al otro sin decir nada. En un segundo, se volvieron el uno hacia el otro y se miraron a los ojos justo en el momento en el que un rayo iluminó la habitación acompañado del fuerte sonido de un trueno. Sus miradas brillaron instantáneamente en el momento en el que se cruzaron.

—¿Cómo está tu herida? —susurró dulcemente al cabo de unos minutos.

—Bien..., ya no arde, y creo que no ha vuelto a sangrar. —respondió hablando bajo— Tenías razón, a pesar de todo, está mejorando muy rápido.

—Me alegra oír eso. —fue lo último que hablaron. Se quedaron dormidos rápidamente.

Una hora más tarde, Aloy se despertó sobresaltada por el sonido de otro estruendo. Volvió a recordarle la guerra ocurrida días atrás, pero esta vez, se sintió más tranquila sabiendo que solo era la tormenta. Aún así, los pensamientos desagradables seguían en su cabeza. Los últimos momentos de Rost y Varl la atormentaban con horribles imágenes. Angustiada, se volvió hacia Avad, viendo que se había quedado dormido junto a ella, apoyado al lado de su hombro. Se quedó mirándolo. Estar tan cerca suyo realmente le causaba paz, y ver cómo dormía acurrucado a su lado hacía que lo observase con ternura. De vez en cuando, emitía algún que otro suave ronquido. Sonrió mientras recorría con su mirada su expresión relajada y sonó otro trueno. Aloy, inquieta, buscó la mano del monarca y entrelazó los dedos con los suyos. Se quedó escuchando su respiración tranquila hasta caer al fin profundamente dormida.

 Se quedó escuchando su respiración tranquila hasta caer al fin profundamente dormida

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Después de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora