Capítulo 17

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Marad estaba muy inquieto. Llevaba sin dormir desde que el Rey Sol había sido secuestrado, por lo que unas grandes ojeras oscurecían su mirada. Le preocupaba su amigo, le preocupaba la ciudad y sus habitantes, y le preocupaban los días posteriores si todo salía mal. Meridian no podría con otra guerra. Todos estaban cansados ya de tanta violencia. Primero los Asaltos Rojos y la locura de Jiran, luego la batalla contra aquel ejército liderado por el demonio metálico, después el ataque de los rebeldes de Regalla con la muerte de Fashav, y ahora esto. Suspiró cubriéndose el rostro con las manos soportando un intenso dolor de cabeza. En una de las salas estaban reunidos sus soldados de confianza, entre ellos Erend, el capitán de la Vanguardia Resplandeciente, y él, tratando de pensar qué hacer.

—Señor, debemos hacer algo. —dijo uno de ellos— Ya llevamos dos días esperando su regreso.

—A mí tampoco me gusta quedarme de brazos cruzados esperando, pero créeme, si pudiese hacer algo ya lo habría hecho. No sabemos dónde están... ni siquiera si siguen vivos...

—La gente va a sospechar, hace ya dos días que su atento rey no se reúne con su pueblo sin ningún tipo de justificación. Los nobles están molestos, no han dejado de quejarse.

—¡En cuanto sepa quién es el responsable me encargaré de que pague por lo que ha hecho! —exclamó enfadado Erend dando un puñetazo en la mesa derramando unas gotas de una jarra de cerveza que tenía junto a él. Marad se masajeó las sienes. Le dolía la cabeza del estrés, ya ni siquiera prestaba atención a la conversación. Repentinamente, un soldado Carja irrumpió en la sala.

—Marad, se aproximan dos astados, con jinetes. —al consejero real se le iluminó la mirada. Aunque había oído rumores sobre los rebeldes que sabían sabotear máquinas en el Oeste prohibido, sus esperanzas se centraron en la única persona que conocía capaz de domar a aquellas bestias. Aloy. El otro jinete seguramente sería Talanah.

—¿Por dónde? —preguntó irguiéndose en su asiento.

—Van hacia la puerta norte de la ciudad. —sin decir ni una palabra más, el Intachable se levantó y marchó corriendo al lugar donde le había sido indicado. Cuando llegó, miró hacia adelante, pudiendo comprobar que, efectivamente, se acercaban dos máquinas cabalgadas por personas que iluminaban en la penumbra de la noche con sus luces frontales. Aún así, no estuvo tranquilo hasta que logró hablar con ellas.

—¡Habéis regresado! —exclamó alegre, acercándose a las cazadoras con los brazos abiertos, pero su sonrisa se desvaneció rápidamente al ver a Avad tirado sobre los brazos de Aloy con una flecha clavada y toda su ropa empapada en sangre— Es... está m-mu... —trató de decir con la voz temblándole, sin poder terminar la frase sintiendo que le fallaban las piernas empalideciendo con cada segundo que pasaba.

—No, no, puedes estar tranquilo, dentro de lo que cabe está... sano y salvo. —se apresuró en responder ella, sujetándole para que no se cayese, sin soltar al rey— Digamos que han sido unos días difíciles...

—Ah... —suspiró aliviado apoyándose contra una pared— Casi me muero del susto. Por favor traed una sábana, no es oportuno que nadie lo vea así. —después, volviéndose al Halcón Solar, añadió— Muchas gracias por tu colaboración, y por tu repentina salida salida sin ni siquiera saber de qué se iba a tratar, y sin pedir explicaciones. Como sabes, era un asunto complicado. Gracias por todo, y por entenderlo.

—Mi responsabilidad, aparte de dirigir la logia, es defender Meridian y a sus integrantes. Creo que debo estar ahí cuando se me necesita. —respondió con una pequeña sonrisa.

—Gracias a vosotras, Meridian está a salvo de nuevo. Talanah, si no te importa, regresaremos a palacio para curar más exhaustivamente sus heridas, si necesitas algo no dudes en pedírnoslo. Dejad pasar a la montura de Aloy, para cargar de una forma más segura con el Rey Sol, pero si no es molestia será mejor que la tuya se quede fuera.

Después de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora