BANDY a secas

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* Sábado 14 de Noviembre *                                                  PATTY

Me arrebujo más bajo mi cazadora blanca. El invierno está a punto de llegar y el frío me cala los huesos, haciendo que me duela el cuerpo. Estamos en plena tarde de Noviembre y es uno de esos días perfectos para pasarlos en casa, viendo películas y comiendo palomitas al calor de las mantas y de la persona que quieres. Pero últimamente cada vez tengo menos ganas de pasar tiempo con mi novio. Prefiero estar aquí, sentada en este banco, en compañía de mi amiga y disfrutando de nuestras confidencias. Echo la cabeza hacia atrás y la apoyo en el banco.

—¡Ay! Berta, estoy aburrida. Muy aburrida.

Berta asiente, dándome la razón.

—Te entiendo. Me pasa lo mismo. Es Sábado y míranos, aquí sentadas en un banco pasando las horas...

Meneo la cabeza de lado a lado, suspirando.

—No es eso. No hablo de hoy. Me gusta estar contigo —le sonrío y vuelvo a ponerme seria—. Es el día a día. Siempre la misma rutina... Ya no sé qué hacer con mi vida.

Berta vuelve a asentir, mirándome con sus grandes ojos verdes, que lucen apagados y melancólicos. Esta vez no dice que me entiende pero no hace falta que lo exprese en voz alta. Sé que lo hace. Somos amigas, amigas de verdad. Y esa clase de amigas se comprenden solo con una mirada. No es necesario dar argumentos o pedir explicaciones.

—Necesitamos hacer algo. Algo nuevo, divertido —prosigo—no sé, cambiar de aires, conocer gente nueva...

Berta agacha la cabeza, encogiéndose de hombros.

—Ya, loquita. Pero no hay nada que hacer en esta ciudad.

—No seas aburrida —replico—. Somos jóvenes y si no disfrutamos ahora, ¿cuándo lo vamos a hacer? Yo también tengo novio y no por ello voy a encerrarme o a privarme de ser feliz. Sé que no es lo mismo, que Ahmed es muy diferente a Raúl... Pero, ¡ya vale, Berta! No puedes dejar que te trate a su antojo. Él siempre sale y tú también tienes derecho.

—Sí, Patty. Pero no quiero discutir con él. Además, no tenemos dinero. Y sin eso no vamos a ningún lado...

En eso tengo que darle la razón. Estamos atravesando una mala época, «crisis», como la llaman, en esta ciudad. Y el trabajo se esconde hasta debajo de las piedras. A Berta la ayudan sus padres, que se desviven por ella y sus hermanos y, a pesar de no disponer de una buena situación económica, le proporcionan lo necesario para vivir. Yo en cambio no tengo la misma suerte. Mi familia no se preocupa demasiado por mí. Mis padres se separaron cuando yo tenía 11 años y desde entonces, cada uno tomó su vida por distintos caminos. Se preocuparon solo de sus propios intereses. Cuando cumplí 16 años me fui de ese hogar, que no era hogar, para formar el mío propio con Fabián. Él cuidó que no me faltara de nada hasta el último momento, hasta el día que todo se fue a la mierda. Fue entonces cuando tuve que aprender a responsabilizarme de mis actos. Yoana me ofreció su casa y me consiguió un puesto en la empresa de limpieza en la que ella trabaja. Fueron solo seis meses de contrato pero, gracias a eso, ahora cobro una ayuda mensual. Con lo que me da para pagar lo necesario y permitirme algún pequeño capricho. En todo esto estoy pensando cuando aparece ante mí un muchacho, guapísimo por cierto, y se detiene delante de nosotras.

—Hola, chicas. ¿Qué tal? —saluda sonriente.

—Hola, Bandy —le responde Berta—. Aquí, charlando un poquito...

—¿Y no hace demasiado frío para estar charlando?

—Ya llegará alguien que nos caliente —participo en la conversación lanzándole una indirecta, que capta a la primera a juzgar por su sonrisa, que se hace más amplia todavía.

Enséñame a QuererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora