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Los días pasaron y pasaron. Habían transcurrido tres semanas.

Era martes, entraba a las cuatro de la tarde a clases, pero debía estudiar para un examen que tristemente reprobé. En Royalty si se reprobaba un examen —llamado de primera oportunidad— había una segunda oportunidad, si esta no se aprobaba, la materia estaba perdida y tenía que recuperarse dentro de un año cuando el semestre en el que se impartía volviese a abrirse. Resultaba complicado y por eso todos intentaban conseguir una calificación aprobatoria en la primera oportunidad.

Acababa de ducharme, me di cuenta que el tinte azul en mi cabello se fue decolorando a un color verde-mohoso. Al terminar de secarme el cuerpo, me coloqué la toalla alrededor de la cintura y fui a mi habitación. A través de la ventana noté que el paisaje se veía gris. Opté por asomarme. El aire frío se coló al interior tras abrirla y en efecto; un gris intenso sometía al azul del cielo. Tal vez el clima se mantendría así durante el resto del día.

Supe con qué tipo de prendas vestirme.

Escuché que alguien hablaba en la planta baja, no puede diferenciar de quién era la voz. O las voces. Eran como murmullos desde mi posición. Me dirigí a los escalones para bajar mientras yacía atento en diferenciar las voces. Hubo risas. Conforme seguí bajando se hicieron cada vez más tenues los sonidos a tal grado de reconocerlas. Me apresuré a descender. En cuestión de segundos llegué al comedor. Divisé a mi tío Richard con una taza de café en la mano, a mi tía Mary Anne con una planta adornada por flores moradas y a mi madre que charlaba con ambos.

—Buenos días, creí que no estaban hoy —saludé a mis tíos como de costumbre cuando se encontraban presentes en casa.

—Buenos días, Arti —respondieron mis tíos a la par.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo va todo? —dijo mamá con su bonita y suave voz.

—Buenos días, mami —caminé a su dirección y la abracé. Ella me abrazó de vuelta —. ¿Por qué no me dijiste que venías?

—Quería sorprenderte... o, más bien, quería asustarte, pero subí a la habitación y escuché la regadera —se separó.

—Sí, sí, me desperté temprano. Estudiaré para un examen de segunda oportunidad —apreté los ojos con frustración. Me maldije mentalmente porque olvidé decírselo.

—¿Reprobaste? ¿Por qué no me avisaste? Sabes que debes hacerlo, hombrecito. En eso no fue en lo que quedamos tú y...

—Oye, no te molestes, Lynda, Artis lo aprobará. Tú tanto como yo lo sabemos —interrumpió mi tía, defendiéndome como aquellas veces en que solía ser mi "cómplice" cuando estaba en «aprietos injustos». Así los llamaba ella —, me ha tocado pasar por su habitación y verlo estudiar a altas horas de la noche. Es un chico inteligente.

—Sí, hermana, tampoco te preocupes —apoyó mi tío —, si lo reprueba, todos aquí le vamos a jalar las orejas.

—Lo colgamos en el techo de ellas —agregó mi tía.

Mi madre se quedó pensativa, movió los ojos a distintos sentidos. No era exigente en cuanto mis notas, solo no me quería reprobado y recursando.

—También lo sé —dijo —. Está bien, Artis. Por favor, no quiero que debas esa materia, ¿oíste?, o estarás en serios problemas. Aparte de que tus tíos te cuelguen de las orejas, yo te voy a castigar —me señaló con el dedo índice, enseguida brotó una risa timadora. Vaya forma la de mi mamá de regañarme.

—Nosotros tenemos que dejarlos porque vamos tarde —dijo mi tío. Se empinó la taza y la dejó sobre la mesa —. Anne, tú compras esta vez los insumos que hacen falta en la despensa y yo me voy al hospital para revisar a los pacientes que llegaron en la madrugada. ¿Pueden creerlo? Hubo una pelea en una fiesta, una de las mujeres terminó con un tacón clavado en la espalda.

Until SunriseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora