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"En el encuentro inicial, nuestros ojos se convierten en los intrépidos exploradores del alma ajena, descubriendo en la mirada un universo que despierta el interés y deseo de conocer más."
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El día amaneció, marcando el inicio de un segundo mes de clases en ese periodo. Fue entonces cuando Satoru tuvo la oportunidad de conocer a Shoko Ieiri, quien se convirtió en su amiga rápidamente, junto a Suguro Geto, su mejor amigo de larga data.
Sin embargo, la comunicación con Masahiko se había perdido debido a una de sus misiones asignadas. Cinco años habían transcurrido sin tener noticias de él, pero el destino tenía preparado un encuentro inminente.
Satoru y Suguro salieron de un terreno perteneciente al clan y se dirigieron hacia la academia. Mientras conversaban de manera casual, Satoru notó a un joven que caminaba unos metros adelante de ellos, y un intrigante aroma a cedro lo atrapó al instante, despertando su curiosidad.
-Satoru- interrumpió Suguru, sacándolo de su ensimismamiento-Te quedaste parado mirando la nada, vamos antes de que se nos haga tarde.-
-Uhm, sí-, respondió Satoru algo desconcertado, retomando el paso y siguiendo a su amigo hacia la academia.
Mientras tanto, en otro salón de la academia, un joven rubio de puntas azules se encontraba sentado en un banco, esperando a su maestro. No tenía nada en particular que hacer y se dejaba llevar por el aburrimiento.
Poco después, les llegó la noticia de que su maestro no se presentaría debido a una misión imprevista en la que se había ido junto al maestro de los estudiantes de primer grado. Qué extraña coincidencia, pensó el joven.
Decidió abandonar el salón, dejando a sus dos compañeros a solas en él, ya que no quería ser testigo constante de sus muestras de cariño.
Mientras vagaba por los pasillos, pensó que podría ser interesante conocer a los nuevos estudiantes de la academia. Siguió caminando cuando de repente sintió un choque contra alguien, haciendo que la otra persona cayera al suelo, aunque él mismo se mantuvo imperturbable.
