CAPITULO SESENTA Y CINCO

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LAUREN

En mi ático habitó el silencio durante los próximos días.

No había música ni tampoco televisión. Estaba sólo yo rodeada por cuatro paredes de un silencio absoluto.

Y mis dolorosos pensamientos. No cesaban nunca.

Me acechaban como fantasmas en una antigua mansión. Me seguían allá adonde iba, asfixiándome hasta que ya no podía seguir luchando contra ellos.

Había llorado en la ducha unas cuantas veces. Había metido su vieja camiseta en el fondo del armario para no tener que volver a mirarla. No podía dormir porque ni siquiera entonces cesaban mis pensamientos. Cuando conciliaba el sueño, su rostro aparecía en mi mente y me despertaba de golpe una vez más.

Quería beber... mucho.

Pero le había prometido a Camila y que no lo haría. Y el hecho de que ya no estuviéramos juntas no significaba que fuese a romper esa promesa.

Podría permitirme tomar una copa cada pocas horas, pero sabía que no era lo bastante fuerte como para medir el ritmo. En cuanto el licor rozara mis labios, todo estaría perdido. Me ahogaría en más alcohol que la última vez.

Y a Camila eso no le haría ninguna gracia.

Me senté en el sofá a oscuras con el portátil sobre la mesita del salón. Debería estar trabajando, pero no podía concentrarme.

No había ido a trabajar en los últimos cinco días, y no tenía ni idea de si Camia se habría pasado por Stratosphere o no. A lo mejor lo había hecho, pero sabía que yo necesitaba espacio. O a lo mejor no lo había hecho y había dado por sentado que yo estaba trabajando como de costumbre.

Dejarla marchar había sido lo más difícil que había tenido que hacer en mi vida.

En cierto modo, era peor que perder a mi padre. Quería creer cada una de las palabras de Camila y una parte de mí lo hacía. Una parte de mí quería olvidar todo lo que había ocurrido y empezar de cero. Pero le había hecho una promesa a Dinah.

Si la rompía, perjudicaría nuestra relación. Era imposible que pudiera dejarlo sin hacer que ella pareciera una idiota ante el mundo entero. No podía hacerle eso a mi mejor amiga, especialmente cuando lo dejaría por alguien que cabía la posibilidad de que me hubiera traicionado.

Dinah nunca me había traicionado.

Habría sido un insulto a una década de amistad.

Así que no le había pedido a Camila que se quedara. La había dejado marchar y, cuando se habían cerrado las puertas del ascensor, había empezado a lamentar su pérdida.

Había llorado como si fuera otra vez el funeral de mi padre.

Dinah se había puesto en contacto conmigo unas cuantas veces, pero yo siempre me lo quitaba de encima diciéndole que estaba ocupada. Por lo general nos veíamos unas cuantas veces a la semana, ya fuera sólo para un café o para cenar. La mayor parte del tiempo hablábamos de negocios, pero últimamente nuestro tema de conversación había sido la boda.

Uf, ya no me apetecía hablar más de la boda.

Me apareció un mensaje suyo en la pantalla del teléfono.

"Acabo de comprar la cena. ¿Puedo pasarme?".

Dinah era la persona a la que menos me apetecía ver. Si otra persona me preguntara qué tal estaba, me resultaría sencillo mantener el rostro impasible y fingir que todo iba bien. Pero entre Dinah y yo no había ni un solo muro. Cuando me miraba, no veía mi expresión, veía mi alma.

EL IMPERIO DE LAS JEFAS || CAMREN GIP (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora