CAPITULO SESENTA Y DOS

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CAMILA

No estaba segura de por qué me había enfadado tanto con Jauregui.

No se había pasado de la raya con sus palabras ni había dicho nada insultante.

Pero yo no quería escuchar nada que tuviera que ver con mi padre.

A lo mejor tenía más problemas de lo que pensaba.

Volví por fin a mi despacho después de una reunión que se había prolongado más de lo que había anticipado. Me salté la comida porque no tenía tiempo, así que lo único que tenía en el estómago era la última taza de café que me había bebido.

Natalie habló por el intercomunicador.

―Alejandro Cabello está aquí para verla, señorita.

Me quedé paralizada, pero me recuperé rápidamente de la sorpresa. Aquella reunión inesperada no debería haber sido tan inesperada. Mi padre continuaría con su venganza contra mí hasta que quedara finalmente satisfecho con los resultados.

Quería pillarme con el culo al aire, sorprenderme con la guardia baja.

Por desgracia para él, yo nunca bajaba la guardia.

Había elegido un mal momento para pasarse porque yo tenía cosas más importantes por las que preocuparme, pero no pensaba despedirlo y parecer una cobarde. Si no lo recibía, se iría con la impresión de que lo estaba evitando.

Y yo no evitaba a nadie.

―Hazlo pasar ―dije fríamente.

―Sí, señorita.

Cerré el portátil, metí los documentos en el cajón y oculté todo rastro de mi actividad reciente. No quería que supiera nada más de lo estrictamente necesario; Megaland podría haber sido suya y, si se enteraba de mis planes, sin duda intentaría sabotearlos.

¿A otras personas las odiaban tanto sus padres?

Alejandro entró un segundo después, vestido de negro furtivo y con una expresión a juego en la cara. Hasta su reloj era negro. Me fulminó con la mirada en cuanto estuvimos en la misma habitación. Se mostraba igual de hostil que en nuestro ultimo encuentro. Se mantuvo perfectamente erguido mientras irrumpía en mi espacio personal. Como la última vez, se desabrochó la chaqueta antes de sentarse con gracia en la butaca de cuero y cruzar las piernas. Llevaba una carpeta negra bajo el brazo.

Aquello iba a ser divertido.

Había aprendido hacía muchísimo tiempo a no ser la primera en hablar. Si alguien se acercaba a mí, aquello me daba ventaja, porque se veía obligado a explicar su presencia. Yo sólo tenía que sentarme y esperar.

Así que esperé. Nada.

Mi padre alargaría aquello lo máximo posible porque los silencios incómodos no le molestaban.

A mí tampoco me molestaban.

Sus ojos permanecieron fijos en los míos en un contacto directo increíblemente hostil y tenía la mandíbula ligeramente apretada, aunque no demasiado. No me ofreció la carpeta y no pude evitar preguntarme qué contendría.

¿Qué as tendría guardado en la manga?

Las Navidades habían trascurrido sin una llamada de teléfono, los cumpleaños habían llegado y pasado sin tarjetas de felicitación y el aniversario de la muerte de mi madre era conmemorado en silencio. Pensaba en él en todas las fechas señaladas, pero nunca se me ocurría contactar con él y sabía que a él tampoco.

Por fin se sacó la carpeta de debajo del brazo y se la apoyó en la rodilla.

―Esto va a ser muy sencillo.

EL IMPERIO DE LAS JEFAS || CAMREN GIP (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora