CAPITULO CINCUENTA Y CINCO

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LAUREN

Los días siguientes fueron largos y solitarios.

No supe nada de Camila. Cuando le había contado que iba a aceptar la propuesta de Dinah, se había puesto blanco. Su piel normalmente bronceada palideció y el color de sus ojos se apagó. En vez de discutir conmigo, salió de mi ático sin decirme una sola palabra.

Llevaba sin saber nada de ella desde entonces.

A lo mejor no quería seguir con nuestro acuerdo una vez que estuviera comprometida.

Quizá le resultaba demasiado difícil verme puesto el anillo de otra persona. O puede que una vez fracasado su plan, ya no tuviera ningún motivo para quedarse.

La verdad era que no lo sabía.

Cuando llegó el sábado y seguí sin tener noticias suyas, supe que la había perdido. Era su manera callada de excluirse de nuestro acuerdo. No hacía falta mantener ninguna conversación porque bastaba con su silencio.

Me puse el vestido azul marino que había llegado a mi ático unas horas antes.

Me arreglé el pelo en grandes rizos y me puse una gargantilla de diamantes con un colgante circular en medio y unos pendientes de diamantes que harían juego con el anillo que Dinah estaba a punto de ponerme en el dedo.

Llevábamos mucho tiempo planeando aquello y debería haberme sentido emocionada.

Pero no sentía ni una pizca de emoción.

Cuando me había enamorado de Camila, me imaginaba el modo en que me pediría que me casara con ella. Veía el vestido blanco que me pondría en nuestra boda, me imaginaba embarazada de nuestro hijo, anadeando por la casa con un vientre enorme. Podía ver una vida llena de risas, buen sexo y felicidad.

Pero aquello nunca iba a suceder.

Me iba a casar con Dinah. Nos querríamos, pero jamás no nos amaríamos apasionadamente. Yo tendría mis parejas y ella las suyas. Nos acostaríamos, pero no sería a menudo. Ella sería mi mejor amiga en todo el mundo, mi confidente más íntima.

Pero nunca me provocaría mariposas en el estómago.

Nunca me haría sentirme débil.

Sabía que tenía que aceptar aquello y continuar adelante.

La luz que había encima del ascensor se encendió y se abrieron las puertas.

Había llegado Dinah a recogerme.

Salvo que no era Dinah. 

Era Camila.

Entró en mi apartamento con unos vaqueros de cintura a la altura de las caderas y una camiseta que se ajustaba agradablemente a su pecho. Sus ojos recorrieron mi apariencia, contemplando fijamente los diamantes que llevaba en las orejas y las curvas de mi ajustado vestido. Caminó hacia mí con los hombros balanceándose con cada paso que daba.

Como siempre, dejé de respirar. Cada vez que la tenía cerca dejaba de ser yo misma, era más insegura y menos fría. Se paró directamente delante de mí, invadiendo mi espacio personal como si todo el le perteneciera. Evitó tocarme, pero pude sentir sus manos por todo mi cuerpo. Sentía sus dedos en mi cabello, los sentía en mi nuca.

―Cuando te pida que te cases con ella, vas a pensar en mí.

Era una afirmación tan directa que me llevó un momento asimilarla.

―Y si vas a pensar en mí, entonces debería ser yo la que te lo pidiera.

Cuando miraba aquel rostro inconcebiblemente atractivo me resultaba difícil resistirme. No había nada que deseara más que ver cómo me ponía un anillo en el dedo y luego volver a casa para pasar la noche entre besos y caricias.

EL IMPERIO DE LAS JEFAS || CAMREN GIP (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora