CAPITULO SESENTA Y SIETE

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LAUREN

Estaba llorando más ahora que cuando había muerto mi padre.

Cuando por fin estaba volviendo a la realidad, había visto aquella foto que había destrozado mi ya roto corazón. Camila con una mujer en cada brazo metiéndose en el asiento trasero de su Mercedes. No me lo había esperado, así que había sido mucho peor.

Ya me había dicho que haría aquello, pero yo había sido tan ingenua como para dar por sentado que esperaría un tiempo... al menos un mes. Pero había vuelto sin dilación a sus antiguas costumbres y había empezado a ligar con atractivas mujeres con vestidos cortos.

Y a follárselas en la cama en la que yo solía dormir.

No podía mentir. Dolía... mucho.

Las puertas del ascensor se abrieron y entró Dinah con dos bolsas de la compra.

―Hola.

―Hola.

Pasó a la cocina y lo guardó todo. Había estado pegada a mí como una lapa desde que Camila y yo habíamos tomado caminos separados. Tenía un armario lleno de ropa en mi casa porque se había quedado a dormir todas las noches y también me acompañaba al trabajo por las mañanas.

Básicamente se había convertido en mi compañera de piso.

Cuando terminó, entró en el salón y me miró a los ojos para comprobar si acababa de estar llorando.

Por suerte, había parado unas horas antes.

―Te agradezco todo lo que estás haciendo por mí, Dinah, pero no hace falta que te quedes aquí, de verdad. Sé que tienes tu propia vida y que necesitas tu propia intimidad.

―Mi vida eres tú. ―Tomó asiento junto a mí y cruzó las piernas―. No te preocupes por eso.

Odiaba la lástima con la que me miraba. Me hacía sentir débil y patética, no la mujer fuerte que me había esforzado toda la vida por llegar a ser.

―Eres muy buena... pero lo digo en serio. Me dio unas palmaditas en el muslo.

―Ya lo sé. Y yo te digo en serio que no te preocupes. No hay ningún lugar en el que preferiría estar que aquí contigo. ―Me dedicó una expresión emotiva, llena de sinceridad y amor.

Perder a Camila era una agonía, pero me sentía agradecida de seguir teniendo a Dinah.

―Gracias.

Retiró la mano y cogió el mando a distancia.

―¿Quieres ver el partido?

―Claro. ―Los deportes eran terreno seguro porque no tenían nada de romántico.

Encendió la televisión y apoyó un brazo en el respaldo del sofá.

―He llamado a Cabello y le he dejado las cosas bien claras. ―No apartó los ojos de la televisión y habló con voz despreocupada, aunque sus palabras no tenían nada de triviales.

―¿Cómo?

―Le he echado una buena bronca y le he dicho que era una imbécil.

Me tapé la cara avergonzada pese a que Camila no podía verme.

―¿En qué estabas pensando? ¿Por qué has hecho eso?

―Se ha comportado como una imbécil y tenía que llamarle la atención. Es una idiota.

EL IMPERIO DE LAS JEFAS || CAMREN GIP (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora