CAPITULO TREINTA Y CINCO

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CAMILA

Estaba enfadada. Por todo.

Estaba enfadada por haberme permitido enamorarme de Lauren . Me irritaba que Dinah hubiera sido una parte fundamental de su ascenso al éxito. Me enojaba que aquel exnovio suyo hubiera hecho que pusiese en duda la existencia del amor verdadero.

Y me ponía absolutamente furiosa el hecho de que no me hubiese escogido a mí.

Todavía tenía tiempo... y grandes dosis de esperanza. Lo admitiese Jauregui o no, yo conocía sus sentimientos por mí.

Y lo hacía únicamente porque me sentía exactamente igual que ella.

Lo que teníamos era algo excepcional. Era auténtico. Era algo que yo jamás había sentido antes con ninguna persona... y había estado con muchísimas. Ella y yo compartíamos un vínculo que era más fuerte que la sangre. Era imposible que pudiera casarse con Dinah y renunciar a mí.

Totalmente imposible.

Ella era la que había cedido ante mí en primer lugar, dándome el control sobre la relación. Aquello era algo que no haría por nadie: sólo por mí. Estaba convencida de que se daría cuenta de que Dinah era la apuesta segura y yo un comodín, pero que aun así necesitaba mi pasión.

Se daría cuenta de que no podría vivir sin mí.

No podría vivir sin el sexo, sin las tranquilas conversaciones en la cama, la confianza y la amistad... y todo lo demás que teníamos.

No sólo era tan buena pareja como Dinah, era incluso mejor. Yo podría darle algo que ella no podría.

Podría dárselo todo.

Me senté ante mi escritorio una hora entera y no conseguí adelantar nada. Puse los pies encima de la mesa y miré por la ventana, contemplando las sombras de los edificios mientras el sol avanzaba en su recorrido por el cielo. Nunca consentía que nadie distrajera mi atención de lo que había que hacer, especialmente si era una mujer... pero sólo podía pensar en Jauregui.

La voz de Natalie entró en mi despacho.

―Sofia Maxwell está aquí, señorita.

Mi hermana tenía la mala costumbre de pasarse a verme cada vez que estaba en la ciudad presumiendo de un coche ante alguien.

Solíamos tomarnos una cerveza cuando yo terminaba de trabajar, pero si sólo iba a estar por allí a primera hora de la tarde, solía hacerme una visita.

―Hazla pasar. ―Aunque tuviera una reunión, normalmente la retrasaba para poder verla.

Porque era mi familia... La única que me quedaba.

Sofi entró luciendo una sonrisa. Llevaba una camisa negra de manga larga y vaqueros oscuros. Me chocó los cinco antes de dejarse caer en la silla mirando hacia mi escritorio.

―¿Qué te cuentas, hermanita?

Yo todavía tenía los pies puestos encima de la mesa.

―Aquí admirando las vistas.

―A mí lo que me parece es que estás haciendo el vago.

Levanté el dedo corazón en su dirección.

Ella se rio y apoyó también los pies sobre el escritorio.

―¿Tienes ganas de morir, hermana mayor?

―Atropéllame con uno de mis coches y ya está.

Moriré feliz.

Mi sonrisa se apagó al instante.

EL IMPERIO DE LAS JEFAS || CAMREN GIP (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora