CAPITULO OCHENTA Y DOS

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 DINAH

El sueño que estaba teniendo me despertó de golpe.

Era un sueño increíblemente ardiente, sudoroso y sensual. No quería que la visión desapareciese de mi vista, pero la sacudida de placer devolvió la consciencia a mi cuerpo. Me incorporé en la cama y contemplé las tinieblas de mi dormitorio. La luz brillaba a través de las persianas opacas, lo cual me indicó que ya había amanecido.

Tenía el cuerpo cubierto de sudor y una erección más sólida que una losa de piedra.

La visión de la señorita Alexander se fue difuminando poco a poco. Estaba arrodillada delante de mí, intentando chupar mi enorme miembro con aquella jugosa boca suya. La saliva le caía por las comisuras de la boca y las lágrimas le resbalaban por el rabillo de los ojos. Quería meterse mi sexo más en la boca, pero su esbelta garganta era sencillamente demasiado estrecha.

Pero aquello no le impidió intentarlo.

Me pasé los dedos por el pelo y luego me froté los ojos para despejarme.

Mi reloj mostraba la hora que era; sólo me quedaban dos minutos antes de que saltara la alarma. Había pasado bastante tiempo desde mi último lío. El drama de la ruptura con Jauregui había puesto en espera mi vida personal y después de que la dispararon no había sentido ganas de sexo.

Pero la señorita Alexander las había reavivado.

Me escupí en la palma de la mano y después me agarré el miembro. Cerré los ojos y reviví el sueño mentalmente.

Luego me masturbe fingiendo que mi mano era la de la señorita Alexander.

* * *

Tenía un traje de Connor Suede de color negro azabache. Me sentaba como un guante, con tejido de lana y un corte que se amoldaba a mi musculatura a la perfección. No le daba mucha importancia a la moda, pero los trajes de vestir y mi ropa ejecutiva eran otro cantar.

Mis ropas me importaban. Proyectaban mi poder y mi riqueza.

Proyectaban mi oscuridad, mi hostilidad constante. Una mujer de mi talla debía emanar confianza. Fuera donde fuera, había un mar de trajes y ropas ejecutivas a mi alrededor. Tenía que destacar.

El chófer me llevó a la gala benéfica Founder en el Plaza. Acudí sin cita porque nunca tenía una, aparte de . Habría sido poco inteligente por mi parte pensar que la gente se había olvidado de mi relación con ella por causa del tiroteo. Era posible que ella les hubiera contado una versión de la historia que la hacía parecer un bello romance, pero todavía era yo la que salía perdiendo.

Era yo a la que habían dado la patada.

Las mujeres con las que terminaba acostándome sabían que yo era un partidazo. Casi todas me decían que querían algo más. Querían continuar de aquella manera para siempre... y era entonces cuando me deshacía de ellas.

No sólo era un fiera en la cama; también me gustaba ser respetuosa. Trataba a las mujeres con respeto, algo que Jauregui podría confirmar.

Pero ahora el mundo me veía con ojos distintos. Como si me importara un carajo.

Mi amistad con Jauregui significaba más para mí que la opinión del mundo entero, porque era algo irremplazable. Teníamos un nivel de confianza que no compartía con nadie más. Nunca llevaríamos el mismo apellido ni formaríamos una familia juntas, pero ella era más familia mía que mis propios padres.

La quería.

Me daba igual que aquello me hiciera parecer una blanda.

Llegué al hotel y entré en el salón de baile con una mano en el bolsillo. No me costaba socializar con la élite de Manhattan, y era algo necesario. Las oportunidades de negocio surgían en los momentos más inesperados. Tener buenos contactos era igual de importante que trabajar ocho horas al día.

EL IMPERIO DE LAS JEFAS || CAMREN GIP (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora