XXVII.- Como un lobo/Aquí sangraron

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— Se ve bien. — dijo Gordo, de pie en el umbral de la puerta.

Los hermanos se congelaron, no lo había oído acercarse. Habían pasado tres días desde su regreso, y habían hecho lo imposible para evitarlos, al menos hasta acomodar sus pensamientos. Se quedaron en la vieja casa, Joe y los otros se quedaron en la principal. Elizabeth y Mark iban y venían entre ambas, pero al caer la noche, se quedaban en sus casas separadas.

No sabían que iría a pasar durante la luna llena, en tan solo un par de días. Con suerte, habrían tomado una decisión sobre cómo proceder para ese entonces, o terminaría con su cabeza fuera de su trasero. Prácticamente lo mismo.

Robbie había llamado al este para que la Alfa Hughes supiera que Joe y los otros habían regresado. Tenía preguntas, pero Robbie no pudo responderlas. De hecho, no había hablado con Joe, fuera de su confrontación inicial el primer días. Se pasaba la mayor parte del tiempo con Stiles y Peter, en la vieja casa. El resto de la manada iba y venía, como lo hacían siempre. Sentían el tirón hacía ellos, pero no era tan fuerte como en el caso de los lobos. Dados que era normal para los humanos irse al mismo tiempo, generalmente tenían a uno o dos lobos con ellos.

Pero no habían hablado con ellos. Ni siquiera los habían visto en realidad, más allá de un vistazo o dos. Hubo un momento en el que se toparon con Carter cerca de la vieja casa, cuando regresaban del taller, y en todo en lo que pudieron pensar, más allá de su exterior áspero, fue en la forma que había reído cuando Joe descubrió que él fue el primero en besa a Ox. La forma en la forma en la que había corrido a través del bosque. La forma en que Kelly los habían llamado papás con ese tono irónico suyo.

Todo era tan simple antes.

Carter abrió la boca para decir algo, pero solo asintieron con la cabeza y lo esquivaron. Pensaron que iba a acercarse e intentaría detenerlos, pero no lo hizo, aunque pudieron sentirlo mirarlos fijamente mientras ingresaban y cerraban la puerta detrás de ellos.

No vieron a Joe, aunque eso no significaba que no los estuviera observando.

No le preguntaron a Elizabeth o a Mark sobre ellos, tampoco se habían ofrecido a decirles nada. Pero si no estaban en la vieja casa, sabían donde estarían.

— Se ve bien. — dijo Gordo y se paralizaron por encima de las facturas de expensas que habían estado mirando por la última hora.

Levantaron la vista lentamente hacia él y los invadió un extraño déja vu al verlo allí. Fue como si estuviera chequeando cómo estaban y cómo iban sus deberes de la escuela, no los dejaría salir al piso del garaje a menos de que pudieran hacer una lista de siete hechos del maldito Stonewall Jackson.

Con la diferencia de que este Gordo era más duro de lo que el otro Gordo había sido. Tenía líneas alrededor de sus ojos más pronunciados que antes. Tenía treinta y ocho años, y los últimos tres no habían sido misericordiosos, aunque fuera más grandote ahora. No sabían si tenía que ver con la manada a la pertenecía, o si no hicieron nada más que ejercitarse todo el tiempo que estuvieron fuera.

Sin embargo, fueron sus ojos los que más les impactaron, Siempre habían sido vibrantes y brillantes. Rápidos para pasar al enojo y encenderse cuando estaba feliz. Ahora eran pesados y planos, y estaban ligeramente hundidos. Este era un Gordo que había vivido durante los tres años que pasaron.

No querían saber las cosas que había visto, las cosas que había hecho.

Lo que traía puesto no ayudaba a su nueva imagen. No era su ropa habitual de trabajo con el nombre bordado en el pecho, nada de pantalones azul marino. Tenía unos pantalones vaqueros y una camiseta ajustada a su pecho, con una chaqueta de cuero color café por encima con el cuello dado vuelta.

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