01. Rin

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La patada que le endiño al cubo de basura más cercano de camino al vestuario resuena tanto a lo largo del pasillo que ni vencedores ni vencidos a mi alrededor se dignan a seguir hablando.

Lo celebro. Y debe de ser lo único que me parece reseñable de este día de mierda, porque todo lo demás espero olvidarlo cuanto antes.

En especial el jodido partido que acaba de terminar.

No, en realidad espero recordarlo de por vida. Porque solo así mi venganza entonces será mayor.

Es curioso porque, pese a que mi objetivo desde el principio ha sido llegar a un momento como este y demostrar qué hago aquí, todo se ha coordinado de tal forma que al final he hecho el ridículo. O eso han provocado, porque esto no ha dependido de mí.

«Pensaba que Japón nunca vería nacer a un delantero en condiciones», la voz de mi hermano se me repite sin cesar. «Pero el único capaz de cambiar el fútbol de este país es Yoichi Isagi».

Isagi.

Entro al vestuario antes que nadie y ni siquiera me aprovecho de la ventaja que eso me da para hacer todo lo posible e irme de aquí de una vez. Me siento en el banco frente a mi perchero, y cojo una toalla porque lo único que me apetece en estos momentos es gritar contra algo que no pueda mirarme de vuelta. Ahogo mi chillido contra su tela. Las manos me tiemblan más de la cuenta, pero las mantengo lejos de mi pelo porque temo arrancármelo de cuajo.

Sae...

No me puedo creer que esté haciendo todo esto para demostrarte que soy mejor que tú, y que cuando lo hago delante de todo el país tú seas capaz de decirme que no soy nadie. Que, encima, tengas la poca vergüenza de restregarme que el motor de este equipo es Isagi y no yo.

Isagi. Cada vez que pienso en él, lo único que quiero hacer es tirar este estadio abajo.

Por supuesto que la mente pensante de este dicho grupo de mantas sin talento iba a marcar la diferencia para mi hermano. ¿Cómo no iba a ser así, si ha hecho precisamente todo lo que Sae quería que hiciera? Errar sin cesar, imponer su estilo de juego a la espera de que los demás supieran leer sus impulsos, aprovecharse de la mediocridad ajena para despuntar con el mínimo gesto de desborde.

Ni que eso fuera complicado.

Llevo anticipándome a cada paso que da desde que me crucé con él en nuestro primer enfrentamiento y en el cual, cabe recordar, demostré ser superior a él. Tiempo después, sigue equivocándose en los mismos puntos y beneficiándose de los mismos golpes de suerte. «El único capaz de cambiar el fútbol de este país». ¿De verdad, Sae? Tú, que has tenido que robarnos al único capaz de plantar cara por su cuenta con algo de cabeza. Tú, que renunciaste a tu sueño por no verte capaz de alcanzarlo.

Tú, que me abandonaste con el mío, y que ahora que me ves a punto de lograrlo me restriegas por la cara que sigo parciéndote insuficiente.

Todo porque nunca sabrás reconocer lo que valgo. Porque el jodido Isagi, de repente, te parece la excusa perfecta para vejarme un rato más.

Poco a poco, el vestuario va llenándose de gente. Ninguno se atreve a decirme nada, bastante es que algunos se colocan a mi lado porque su dichoso perchero está junto al mío. Siguen a lo suyo, celebrando una victoria que creen que les pertenece pero que en realidad les da la espalda. Solo hay un nombre que vaya a ocupar las portadas. Solo uno de nosotros será sinónimo de victoria cuando la noticia dé la vuelta al mundo.

Y ese no soy yo. Pese a que, como todos saben, si ha sido posible es gracias a mí.

Ignoro a Ego cuando entra a dar su sermón de celebración. Me niego a prestarle atención, y eso que cuando empieza a alabar a Isagi lo hace usándome a mí de base.

Tu golpe de suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora