08. Rin

272 30 6
                                    

Este no es para nada el plan que tenía pensado para mis días solo en casa.

Tenía la esperanza de que Isagi se volviese a Saitama al día siguiente de su llegada o que, a las malas, mis padres avisaran de que volvían tras el finde para así tener una excusa con la que echarle. Todo ha salido mal, aparentemente: mi familia va a seguir con Sae durante toda la semana y mi querido compañero no se conforma con la conversación que mantuvimos, que aquí sigue.

Tan charlatán, tan cerca de mí a cada rato que empiezo a no saber qué hacer.

Porque, aunque me cueste (y joda) reconocerlo, tampoco es que me moleste. Me incomoda, eso sí. Me inquieta sin cesar porque ha invadido mi espacio personal y se sobrepasa sin mi consentimiento. Aunque, bueno, tampoco lo estoy echando cuando tengo ocasión.

Creo que le he amenazado al menos seis veces el mismo día con comprar el dichoso billete de vuelta a Saitama y me he dejado desviar del punto de atención todas y cada una de ellas. No quiere irse, eso está claro. Y yo...

En fin. A estas alturas supongo que me da igual. Mi plan de vacaciones antes de volver a Bluehost se ha ido a la mierda igualmente; sé que no seré capaz de darle vueltas a lo sucedido, se vaya Isagi o se quede.

Aunque, si dejara de complicar las cosas...

—Que el único juego que tengas que no sea de terror sea el Mario Kart tiene delito —me dice.

Y lo oigo perfectamente pese a que lo que tengo más cerca de mi cara son sus dichosos pies. Estoy en la cama, sentado contra la pared del respaldo, y juego en el móvil mientras él ha decidido coger prestada sin mi permiso la Nintendo Switch, tumbarse con las piernas dobladas sobre el mismo muro que tengo a mi espalda, y entretenerse con algo que no implique terror. Tengo mil opciones, pero, según él, solo el dichoso Mario Kart es aceptable.

Llevo sin entrar a ese juego años. No es ni la versión más reciente, porque solo lo usaba para echar carreras con Sae y, cuando se fue, me aburrí pronto de jugar solo.

Pensaba que se estaría calladito así, como un niño al que le das algo en lo que concentrarse para que deje de molestar. Me equivocaba, como era de esperar.

—Lo que tiene delito es que te quejes todo el rato porque no dejas de perder —le digo, sin apenas interés.

Tengo que complicarme la vida en mi propio juego al soltar la mano izquierda del teléfono y espantar la pierna de Isagi cuando la deja caer hacia mi cabeza. Solo por incordiar, claro.

—Es que he perdido práctica —se excusa—. Antes se me daba mejor.

—Dudo que los gritos de Mario muriendo indiquen algún tipo de dominio previo sobre este videojuego.

Busca darme de nuevo con la pierna y esta vez lo empujo con rabia.

—Podrías enseñarme alguno de terror —dice—. Juro no bajarte la media de asesinatos o lo que sea que puntúa en ellos.

Cómo puede ser tan estúpido. Juro que no termino de entenderlo.

—Eres consciente de que la gran mayoría no trata de eso, ¿no? —pregunto, ofendido—. Suelen ser una historia, y un modo de juego basado en reflejos, astucia o atención.

—Pero habrá que matar a alguien, ¿no?

A él. Pienso matarlo a él.

—La cosa es evitar que te maten a ti —recuerdo, puntilloso.

—Eso puedo hacerlo.

Lo dudo enormemente.

—¿Siempre juegas solo? —indaga—. Quiero decir, ¿no hay ninguno que sea multijugador, o que requiera ir en equipo?

Tu golpe de suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora