05. Isagi

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Creo que tendría que comprar un boleto de lotería, porque nunca voy a tener tanta suerte como he tenido con mi viaje a Kamakura.

Cuando Rin llega a la que es su casa, yo aún espero que vaya a salir corriendo. O que intente abrir la que no es su puerta y luego echarme la culpa frente a los vecinos, dejándome de ladrón.

Aún no entiendo cómo ha aceptado el trato de invitarme a venir a cambio de un mísero gol desde mitad del campo. Como si no fuera capaz de quedarme horas lanzando con tal de conseguirlo.

Suerte para mí, y con el frío que hace al lado de la costa, agradezco haber marcado al segundo intento. No habría aguantado mucho más en ese campo a la intemperie.

Y no sé qué habría sido de mí si Rin se hubiera negado a traerme con él a casa. Porque no, no mentí cuando dije que no tenía billete. Los trenes a Kamakura cuestan una barbaridad, me he arruinado viniendo hasta aquí en busca de mantener una relación cordial con mi compañero de equipo.

O lo que sea, menos discutir a todas horas y que me asesine mientras duermo.

—Vaya, tu casa es una pasad —le comento mientras abre la puerta y yo sigo flipando con el jardín que tiene y lo separada que está del resto de viviendas en su urbanización.

—Ni es mía ni la he hecho yo —me dice—. No me felicites por algo ajeno a mí.

Mi anfitrión es un encanto.

—Felicidades por tu hospitalidad, entonces —me quejo, mientras entramos—. Como seas así con todos a los que invitas...

No me he agachado aún para desabrocharme las deportivas en el recibidor cuando él ya me está buscando a medio camino de imitarme. Yo me quedo en el aire, curvado. Por si acaso dice algo, yo sigo descalzándome.

—¿A todos los que invito? —me cita.

Aún lleva los botines cuando yo ya voy en calcetines por la inmensa entrada de su casa. Me freno delante de un espejo sobre un mueble donde solo hay cuencos y una cesta de mimbre con sobres.

—Sí, yo qué sé. —Me repeino como puedo. El viento ni es mi aliado, eso está claro—. Tus amigos y eso.

Doy la vuelta cuando me veo decente y lo encuentro empanado y con los ojos dirección hacia el suelo. Veo que asiente, solo una vez, y luego procede a descalzarse.

¿Qué narices ha entendido?

—No hablaba de tus ligues o lo que sea —aclaro—. O bueno, también. A todos en general. Que espero que seas más amable con...

—Si tan poco te gusta mi hospitalidad —se burla al citarme—, puedes marcharte. —Se quita el abrigo y lo cuelga dentro de un armario empotrado frente al espejo—. A los demás al menos los invitaría por voluntad propia.

A mí lo ha hecho porque ha perdido una apuesta. O por pena. O curiosidad.

Como sea, pero no por placer.

—Sobreviviré —comento.

Aunque, la verdad, tengo mis dudas.

Se me hace raro ver a Rin con ropa de calle. Ya al ir a su cuarto en Blue Lock me di cuenta de que tiene un estilo que no le habría adjudicado de dárseme la ocasión. A pesar de su estatus social y de la alta posibilidad que implica eso para llevar ropa cara, su imagen es muy refinada.

Viste unos pantalones negros ajustados de ante y, arriba un jersey de cuello alto marino. El atuendo lo estiliza más de lo que ya es él, y parece incluso más alto que con el uniforme deportivo.

Tu golpe de suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora