06. Isagi

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He tenido que dejarle la bandeja con sushi sobre la mesa porque él ni ha hecho el amago de darme a entender que le apetece.

Y eso que me he gastado los pocos yenes que tenía disponibles tras el billete de tren hasta aquí en que los dos tuviéramos suficiente cena.

Pero bueno. Mientras gimoteo mi parte del botín dando paseos por su cuarto, no pierdo de vista cómo Rin, frente al ordenador, echa mano de algún nigiri de vez en cuando. Lo considero un éxito.

Ya, si me hubiera dejado sentarme en algún lado...

—No te acerques a mi cama —me riñó cuando vine de recoger la cena e hice amago de dejarme caer en el colchón a su lado.

—¿Puedo quitarte la ropa de esta silla y llevarla a tu mesa para...?

—No.

Así que nada. Ceno de pie, más asutado de que el tarrito de salsa se soja que venía con el pedido se caiga sobre la alfombra que de que Rin me termine echando de su casa por cualquier otro motivo.

La verdad, me siento imbécil dando vueltas.

Como no me presta atención alguna, voy al cuarto de Sae otra vez y me siento en su silla. Tiene polvo, claramente no entran mucho por aquí. Yo, aun así, aprovecho sus ruedines y me desplazo sobre ella rumbo al cuarto de se Rin. Este no se inmuta hasta que no entro, me muevo con complicaciones por la alfombra, y llego a su lado de la mesa.

Se baja los auriculares con tal espanto que no sé qué le horroriza más: la silla, yo tan cerca, o que lleve los palillos en la boca y la bandeja de sushi sobre las piernas.

—¿Qué cojones estás haciendo?

No me queda claro ni con esas.

—Estoy cansado —vocalizo como puedo con los palillos.

Eso le enfurece, así que intento dejar la cena en su mesa para tener las manos libres pero me lo impide.

Me convierto en una maraca de gestos inquietos por no poder gritar «¡¿qué narices quieres que haga entonces?!».

—Deja de molestar de una vez. Tienes tu cena, vete a comer lejos de mi vista y duérmete.

—No tengo cinco años, Rin —balbuceo. Y termino haciendo malabares para poder quitarme los palillos sin tirar nada en el proceso—. ¿En serio vas a hacerme el vacío? Eso es muy tóxico por tu parte.

—Querías hablar. Ya hemos hablado. Ahora, lárgate. Estoy jugando.

—Puedo ver cómo juegas, ¿sabes?

Me mira de reojo mientras se deja a medio poner el auricular más cercano a mí. ¿Cómo es posible que me mire como si no hubiéramos solucionado nada? Cuando pone los ojos en blanco y clama al cielo, le imito solo por joder. Es una pena que no se dé cuenta.

—¿Tus padres van a venir? —pregunto entre bocado y bocado. Él no ha vuelto a coger nada de su bandeja desde que me he sentado a su lado.

—No.

Y no me informa mucho más.

Yo me dedico a observarle. Es curioso, porque es mañoso con el videojuego sea este cual sea. No me entero de nada de lo que hace, pulsa miles de teclas a la vez y el ratón no para quieto, pero... al menos es curioso.

Como también lo es que yo esté sentado con ambas piernas cruzadas sobre la silla de Sae y él esté prácticamente igual a excepción de su izquierda, que la tiene contra el pecho.

Creo que no le veo pestañear en al menos diez minutos.

—¿Vendrán mañana? —recupero el tema.

—No.

Tu golpe de suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora