𝔠𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔳𝔢𝔦𝔫𝔱𝔦𝔫𝔲𝔢𝔳𝔢

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Joel había aparcado su auto en el estacionamiento del supermercado. Bajó, y miró el viejo pero conservado local. Colocó sus manos en los bolsillos de su chaqueta de jean. Respiró hondo, pensativo.

¿Por qué se encontraba allí? ¿Por qué buscaba a aquella chica, sabiendo que era notoriamente mayor que ella?

El sonido de la puerta del copiloto cerrarse hizo que saliera de su ensimismamiento.

—Hagamos esto rápido— dijo el hombre con voz tranquila. Miró su reloj de muñeca—. En una hora tengo trabajo que hacer.

—Podía haber venido sola como siempre lo hago— habló Sarah mientras caminaba hacia la entrada del supermercado, seguida de su padre—. No sé por qué insististe en acompañarme.

—Porque puede ser peligroso— reprochó con amabilidad. Siempre estaba atento a su hija por tener su ubicación del móvil activada cada vez que iba sola a hacer mandados.

Joel sentía su corazón latir cada vez más fuerte a medida que se acercaban al lugar.

—Pero siempre vengo sola.

—Y puede ser peligroso— repitió el hombre, deteniéndose en la entrada. Observó a la menor y arqueó una ceja como muestra de que, si volvía a preguntar, él le respondería exactamente lo mismo.

Sarah soltó un bufido, y abrió la puerta. El hombre la sostuvo mientras la menor entraba, y observó a su alrededor antes de poner un pie dentro del supermercado. Tragó saliva, y sintió cómo su corazón latía con intensidad. Parecía querer salir de su pecho.

Tenía que admitirlo. No había podido evitar ir en busca de aquella chica que conoció en la parte trasera del supermercado.

Se quedó sin aliento por un momento cuando sus ojos se encontraron con Betty. Permanecía con la cabeza gacha leyendo un libro viejo, sentada en una silla alta de madera.

Suspiró, aliviado, por haberla encontrado.

Sarah había tomado un carrito y se dirigió al pasillo de carnes mientras él se adentraba al lugar con sus manos en los bolsillos de la chaqueta. Fingió observar los productos más próximos a la entrada mientras caminaba hacia la caja registradora.

La chica parecía no haber notado su presencia.

—Buenos días, Betty— dijo con nerviosismo, inclinándose con sutileza hacia ella.

Ella dio un pequeño salto debido a la impresión y giró hacia él. Joel pudo detallarla por completo, a diferencia de aquel día. Su cabello rubio estaba recogido en una descuidada coleta, sus mejillas estaban sutilmente colocaradas debido al radiante sol que estaba sobre ellos, sus labios eran carnosos y rosados, y sus ojos color verde y grandes eran brillantes.

Era la mujer más hermosa que había visto jamás.

—Lo lamento— dijo la chica mientras debajaba el libro a un lado y se colocaba de pie con cierta vergüenza—. Pero, ¿nos conocemos?

El hombre expandió sus ojos y abrió ligeramente su boca para responder. Sin embargo, se dio cuenta que Betty no lo recordaba, y que sería extraño si le decía que recordaba su nombre porque lo leyó en la etiqueta de su delantal aquel día.

Etiqueta que en ese momento no llevaba.

—Yo...— habló Joel con nerviosismo por fin—. No, pero el otro día escuché que el señor Brown te llamó por ese nombre. Trabajas aquí, ¿no es así?

—Eso, o llegaste en el momento exacto para evitar que robe el dinero de la caja registradora— rió con timidez, y el hombre la acompañó con el mismo gesto.

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