𝔠𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔳𝔢𝔦𝔫𝔱𝔢

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El sonido de la puerta despertó a Betty al instante. Mantenía su navaja debajo de la almohada y, al despertar, se incorporó levantando el objeto con mano firme. Mientras se ponía de pie lentamente, escuchó del otro lado.

—¿Betty?— era la voz de Ellie. Sonaba calmada, por lo que no se preocupó que algo le ocurriese—. ¿Estás despierta?

—Sí— dijo lo suficientemente alto para que la menor pudiera oírla. Suspiró—. Abriré enseguida— tomó del suelo su ropa interior, pantalones holgados y camiseta de Joel. Se colocó la ropa con rapidez, y abrió ligeramente la puerta, escondiendo la mayor parte de su cuerpo detrás de esta.

Ellie la miró, y después movió sus ojos hacia la cama, encontrando la espalda desnuda del hombre que subía y bajaba debido a la relajada respiración al dormir. La menor sonrió con picardía.

—¿Qué ocurre, Ellie?— habló Betty con voz somnolienta. Se dio cuenta de lo que la chica pensaba, y sintió cómo sus mejillas y nariz se ruborizaban—. ¿Estás bien?

La menor sacudió ligeramente su cabeza y volvió la vista a la chica.

—Sí, solo... —carraspeó—. ¿Recuerdas que me dijiste que te avisara cuando no pudiera dormir?

Betty asintió y tragó saliva. Sabía que Ellie había tenido aquella pesadilla otra vez.

—Descuida. Iré a tu habitación— pensó por un momento, y sonrió a boca cerrada—. O... — se inclinó hacia la menor y susurró—. ¿Te apetece comer galletas? Podemos prepararlas. Tenemos que aprovechar ese horno eléctrico.

—No sé qué es un horno eléctrico. Y con respecto a las galletas— su rostro dibujó una expresión de desagrado—. ¿Serían como las que distribuyen en la Zona de Cuarentena? Porque si es así, prefiero pasar...

—No— rió ligeramente—. Serían galletas a la antigua— estaba a punto de decirle que se las prepararía cómo a ella le gustaban cuando era bebé: de miel, pero se contuvo. En cambio, respiró hondo—. Sé que te gustarán. Solo... ve a la cocina, y yo iré en un momento.

La menor asintió, y bajó las escaleras. Betty cerró de nuevo la puerta (esta vez sin seguro) y caminó para tomar asiento en la cama junto a Joel. Sacudió ligeramente su hombro.

—Joel— susurró, pero el hombre no despertaba. Lo movió una última vez con fuerza, y habló en voz alta—. ¡Joel!

Él se incorporó sin aliento y miró a ambos lados con nerviosismo. Luego posó sus ojos en Betty y, al darse cuenta que nada le ocurría y todo estaba en silencio, suspiró, aliviado. Su pecho descubierto subía y bajaba, sus ojos no permanecían abiertos en su totalidad, y su cabello canoso, al igual que su barba, estaban desordenados.

—¿Qué ocurre?— dijo con voz más ronca de lo habitual. Carraspeó.

—Es Ellie...

—¿Está bien?— sus ojos se abrieron por completo, y su mandíbula se tensó.

—Sí, solo... Creo que tuvo una pesadilla y me pidió que la acompañara. Quería avisarte.

Él asintió y sorbió su nariz con somnolencia. Torpemente se inclinó hacia ella y besó sus labios.

—De acuerdo. Avísame si me necesitan— volvió a recostarse, y su respiración se relajó nuevamente a los pocos segundos. Se había quedado dormido de nuevo.

La chica sonrió a boca cerrada antes de ponerse de pie y salir de la habitación. Se dirigió a la cocina, y Ellie estaba sentada en la silla de madera junto a la pequeña mesa.

Betty se aproximó a las alacenas y las abrió. Encontró varios recipientes con etiquetas. Encontró una que decía harina, y lo tomó. Examinó el contenido sin abrirlo puesto que el recipiente era transparente. Fue al refrigerador y se dio cuenta que había una barra de mantequilla en un contenedor pequeño, leche en una botella de vidrio y huevos.

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