Si cierro los ojos, aún puedo sentir, en la oscuridad, tus dedos deslizándose por mi piel de forma silenciosa. Con la promesa de la expectativa, el brillo en tu mirada que rozaba la picardía.
Tu boca con el gusto a whiskey y arrepentimiento, ese q...
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Estaba furioso, lo podía ver en sus ojos. La rabia mezclada con el deseo. Ese era de sus peores estados, pero uno de los que más me atraía. Podía ver en las pupilas oscuras que estaba en problemas, lo sabía.
Meza tomó mi cuello, violento. Aprisionándome contra la pared, sus dedos corrugados raspando mi piel. Seguramente dejaría marcas rojas a su paso.
-Tú eres mía. -Me miró a los ojos. -Eres malditamente mía, Ronnie. Sin excepciones, eres mía.
La idea de que otra persona pudiera tenerme le causaba este efecto, la desesperación de reafirmar que le pertenecía, que cada parte de mi tenía su nombre escrito. En mi interior, estaba aterrada y a la misma vez encantada. Disfrutaba de forma masoquista la actitud problemática, el resentimiento y lo reactivo que podía ser. Lo más cercano a una bomba a punto de explotar.
Apenas transcurrieron segundos, su cuerpo y el mío finalmente tan cerca que apenas podíamos respirar.
Aquel era nuestro patrón destructivo, entre las sábanas éramos otros, entre caricias recordábamos porque nos amábamos. De la manera más perjudicial, pero lo hacíamos.
Sus labios delinearon mi mandíbula. Me preguntaba por qué teníamos que discutir, por qué todo no podía ser fácil.
Con cada embestida de sus caderas, con cada beso disfrazando en jadeo, cada sensación, cada rastro en mi sistema nervioso temblando de extasía. Tenerle me ayudaba a olvidar todo, tenerle era un gusto culposo.
Su lengua dejaba un camino húmedo que provocaba suspiros. El dolor y el placer en una línea limitante que exaltaba. Quería estar ahí, quería ser suya aunque no estuviese bien.
Quería ser capaz de decirle lo que habita mi cabeza. Los pensamientos que llegaban, sabía que no iba a durar, sabía que él hallaría una forma de estropearlo todo como siempre. Quería dejar de sobrepensar, de sentir que tenía que vivir en estado de alerta, porque cada actitud era un indicativo de que al tenerme sus promesas se esfumaban.
Juraba que estaba cambiando, que iba a mejorar, pero lo veía, veía que cada vez, estaba más lejos de cumplirlo.
Le tomé de la barbilla, el rastro creciente de barba en mis dedos. Le dije, con temor, lo que hacía que mi pecho se sintiera apretado.
Me miró con molestia, como diciendo "Has arruinado mi humor." -No me digas que no voy a cambiar, solo me harás no hacerlo.
De pronto mi burbuja de cristal se rompió.
¿Por qué? ¿Por qué mis sentimientos siempre eran transformados en una pelea?
Sientes mucho.
¿Por qué no podía actuar para calmar mis dudas? Tenía derecho a tenerlas, me había hecho tanto daño...
Pero Meza se levantó, empujándome en el proceso. Ya no estábamos entrelazados en la silla, agitados, ya no teníamos el pecho junto y los corazones desbocados.