CAPITULO 5: Christian Adams

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La noche era oscura, el silencio reinaba en un lugar desconocido, el viento soplaba fuertemente, lo que provocaba que los árboles se movieran y desprendieran sus delicadas hojas, ese lugar parecía el más solitario del mundo, pero estaríamos equivocados si pensamos en eso, pues en dónde estaban ubicados el millón de arboles se oían unas pisadas suaves y de allí empezó a salir una sombra robusta.

El hombre llevaba puesta una máscara blanca y en ella dibujada una gran sonrisa aterradora; salió del montón de árboles y se detuvo para entrar a otro sitio, pero no estaba sólo, llevaba arrastrando una figura femenina, tenía roto los tobillos, sus piernas estaban muy lastimadas y la mitad de su cara había sido destrozada, estaba inconsciente en ese momento, hasta que entraron a una especie de laboratorio.

Abrió los ojos poco a poco y se dio cuenta de lo que pasaba.

—¡Por favor se lo pido!—sollozaba la mujer mientras el hombre la arrastraba—¡suéltame!.

Pero él parecía no escucharla porque la seguía jalando por el cuello de la camisa, la mujer hacía intentos de soltarse pero sin obtener ningún éxito.

—¡No, por favor!, ¡No me haga daño!—el piso quedaba manchado de sangre por dónde pasaba.

—Disfruto con hacerlo—dijo el hombre con crueldad.

—¡¿Por qué...por qué lo hace?!—preguntó débilmente

—¿En serio quieres saberlo?—habló con malicia y empezó a reír descontroladamente, sosteniendo su cuchillo jugando con él mientras se acercaba más a un ser que estaba encerrado—torturar es mi pasatiempo favorito, asesinar es demasiado tentativo y saborear la sangre de mis enemigos es delicioso; y es más divertido cuando el sufrimiento y el dolor, lo pasan personas tan asquerosas cómo él.

Señaló a un hombre que se encontraba encerrado en una jaula lo bastante grande para un humano, estaba sentado en una silla de hierro, sus manos y boca estaban atadas con una cinta de metal, parecía ser parte de un experimento, no estaba consciente y de su pecho y otras partes de su cuerpo salían unos tubos que conectaban con un tanque que contenía una sustancia color roja.

—¿Qué es eso?—preguntó alarmada la señora.

Ya la habían soltado, y permaneció tirada en el piso, se veía muy débil e incapaz de levantarse; veía con tristeza y temor al tipo que estaba sentado en la silla de hierro.

—¿Qué le has hecho?—preguntó entre llantos.

El hombre rió con más fuerza y comenzó susurrando.

—Es una historia muy complicada que estoy dispuesto a contarte—se aclaró la voz y dijo—verás tu querido esposo es un imbécil, hizo algo que no me agrado, así que pagará por eso.

La mujer lo miró con temor e hizo un intento de levantarse pero su pierna ya estaba hecha pedazos, el hombre enmascarado hablaba de eso con mucha felicidad y aunque no lo veía sabía que él sonreía, disfrutando de su miedo.

Después de un momento continúo.

—¿Te había dicho que cuándo era niño—contó mientras caminaba alrededor de la mujer, provocándole un escalofrío—soñé con ser un científico y crear cosas asombrosas e inimaginables?, cómo por ejemplo: medicinas,virus,sustancias destructivas para animales...para animales indeseables como las ratas,los insectos cómo tú y tú esposo—comentó riendo.

La mujer sólo lloraba con desesperación.

Él se agacho junto a ella y le acaricio el cabello con delicadeza, mientras ella temblaba y seguía con su llanto.

—Tranquila, no llores por ahora, al parecer mi veneno no es tan letal y su muerte será lenta, fallecerá en unas cuántas horas, pero a ti no te queda tiempo—la amenazó con el cuchillo y empezó a deslizarlo por la delicada piel de la mujer.

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