10. El espejo roto.

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Yelsha
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Me dejo caer sobre la cama mirando el insípido techo, intentando que el sueño me invada, pero es imposible. Estoy tan acostumbrada a dormir de día que mi cuerpo se niega rotundamente.

Cierro los ojos un instante y no puedo dejar de ver la cara de Maya, el brillo apagado en sus ojos cuando volví junto a Valeria. Tal vez estoy exagerando y ella realmente no tiene nada.

"Pero eso no evitó que se mantuviera distante, aun estando sentada junto a mí."

Suelto todo el aire que tengo en los pulmones, reincorporándome. Si no puedo dormir, al menos intentaré no pensar en Maya. Tengo que hacer algo para que deje de gustarme, y tiene que ser pronto.

Enciendo mi lámpara, me pongo los audífonos y tomo mi cuaderno de ideas. Estoy dándole los últimos detalles a mi proyecto cuando siento que alguien me toca el hombro, asustándome al instante. Sin pensarlo mucho, tiro un puñetazo que es atrapado por Nathaniel antes de que llegue a su cara.

—Casi me matas del susto —digo con dificultad, quitándome los audífonos.

—Perdón —aun con la poca luz se ve pálido.

—¿Estás bien? Te ves más asustado que yo.

—Necesito tu ayuda —me toma de la muñeca, arrastrándome por la casa hasta llegar al primer piso, donde Loreyna está haciendo té.

—¿Qué pasa? —los miro sin entender nada.
Loreyna señala la sala de estar. Me giro y, en el piso, yacen los pedazos del espejo favorito de mi tío.

—Fue un accidente —menciona Loreyna, manteniendo la calma.

—No, no, no. ¡Tu padre va a matarme! —Nathaniel empieza a caminar de un lado a otro—. Yelsha, tú eres mi esperanza.

—De ninguna manera le diré que lo rompí —advierto—, fue lo último que papá le compró —al decir eso, Nathaniel suelta un chillido.

—No ayudas —me regaña Loreyna.

—Pero tú sabes dónde lo compró tu papá. Yelsha, necesito que me lleves mañana después de clases.

Miro a Loreyna, quien toma un sorbo de su té y le ofrece una taza a su novio.

—¿Se lo digo yo? —pregunto, y ella asiente.

—No me digas que es exclusivo —Nathaniel se restriega la cara.

—Para nada —lo tranquilizo—, pero la tienda está a una hora de aquí.

—¿Y cuál es el problema? —Me siento mal al ver que parece estar más calmado, pero pronto vuelve a la preocupación.

—Que el tío Yoshep llega hoy a las 8:00 a. m., y son las 2:26 a. m.

—Estoy muerto, estoy muerto, ¡estoy tan muerto! —empieza a llorar.

—Mon chéri, tenemos tiempo, sacaremos el auto y lo compraremos. Necesitas calmarte para que manejes sin matarnos.

—Ni lo sueñes, yo no voy. Tengo cosas que hacer. Te pasaré la dirección —camino hacia las escaleras.

—Muy bien, entonces solo seremos tú y yo... ¡Ah, sí! Y Maya —me detengo en seco.

—¿Maya?

—Sí, le envié un mensaje y dijo que nos acompañaría sin problema.

—Claro que voy con ustedes, lo último que quiero es que se pierdan —corrí hacia la puerta—. Vamos.

—¿No quieres hacer esperar a Maya?

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