20. La madre de Yelsha.

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Yelsha
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—¿A dónde vas tan temprano? —aparece Loreyna por la puerta de mi cuarto.

—A traer a mamá del psicólogo —termino de acomodar mis rizos.

—Tío Joseph siempre pasa por ella —entrecerra los ojos—. Me parece que la razón por la que estás levantada es una chica que no has visto en días —me guiña un ojo.

—Eres imposible —intento retener la sonrisa—, pero sí, tienes razón, en parte. La verdad es que quiero pasar más tiempo con mamá ahora que está mejor.

—Eso es bueno, pero ¿era necesario levantarte a las cuatro de la tarde? Yo no me veo levantada a las cuatro de la mañana en vacaciones, para ser honesta.

—No podía dormir de la emoción, si soy honesta —dejo de verme al espejo—. Sabes que te adoro y que amo hablar contigo, pero ya tengo que irme —salgo apresuradamente.

—Claro, que te vaya bien —escucho apenas antes de salir por la puerta.

—¿Quieres que te lleve? —me intercepta Nathaniel moviendo las llaves del carro.

—¿Hace cuánto no te bajas de él? —cruzo los brazos.

—Desde las nueve de la mañana —admite—. ¡Aún siento que estoy soñando, es el mejor regalo que he recibido! —salta de un lado a otro—. Amo a mi señor suegro —abraza su auto—. Bueno, ya súbete —camina hacia el asiento del conductor y yo me subo al del copiloto.

—¿Me dejas manejar? —bromeo.

—¡Ja! No sabes ni manejar tu vida, menos este auto —le doy un puñetazo en el brazo—. Deja la violencia, mujer —se queja.

Cuando llegamos al consultorio, bajo intentando mantener el equilibrio por el mareo.

—Si vas a vomitar, que sea lejos de mi bebé —me avisa.

—Nath, como sugerencia para la próxima, ¿puedes manejar como si quisieras seguir con vida?

—Manejar con velocidad es un arte, y yo soy un artista —me dedica una sonrisa—. Ahora muévete, cuñada, mi chica quiere ir de compras.

Me aparto, aunque sé que sería incapaz de atropellarme. Luego tendría que limpiar mi sangre y no se arriesgaría a que su "bebé" quedara manchado.

Espero un rato de pie en la acera, mientras mamá sale del consultorio, momento que aprovecho para ver los mensajes de Maya.

Espero un rato de pie en la acera, mientras mamá sale del consultorio, momento que aprovecho para ver los mensajes de Maya

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—Yelsha —me llama mi madre—. ¿Qué haces despierta a esta hora, cariño?

—Quería pasar tiempo contigo —la abrazo—. ¿Cómo te sientes?

—No voy a mentirte, hija, es duro, pero tengo que afrontarlo —su voz se quiebra—. Lo siento.

—Está bien —acaricio su cabello—, puedes llorar si lo necesitas.

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