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robin entró en la oficina de takeomi con un horrible vacío un el pecho, como si de un agujero negro se tratase y con ran tras ella, observándola caminar hasta el escritorio para tomar la botella de licor de su hermano y servirse un vaso con la ilusa idea de que eso pudiera ahogar la culpa que estaba instalándose en su ser.
—¿crees que ryuguji le diga a mikey de tu visita a su taller?— preguntó el menor apoyándose en la pared.
la pelirosa se encogió de hombros. —no lo sé. si lo hace o no, no me importa. tengo un acuerdo con kazutora.—
—hanemiya también es amigo de draken, robin.—
ella llevó sus iris a los de ran y dejó salir un par de palabras que nunca creyó volver a decir tan fácilmente. —confió en él.—
el haitani alzó una ceja. —¿debería ponerme celoso?—
la femenina sonrió con debilidad y dejó el vaso vacío en el escritorio antes de acercarse a él y pasarle los brazos por el cuello, pegando sus frentes -a lo que él correspondió rodeándola por la cintura- antes de hablar con absoluta sinceridad.
—sabes que eres especial para mí.— susurró. —las cosas que nos hemos confiado el uno al otro y la forma en la que nos unen... no pueden compararse con ninguna otra amistad que tenga o haya tenido.—
—pero yo no te quiero como amigo, robin...— susurró a la vez que cerraba los ojos. —te amo. te amo tanto que no me importa arriesgar todo lo que soy y todo lo que tengo por elegirte una y otra vez.—
jamás había ocultado sus sentimientos por la pelirosa, pero cada vez que le decía aquellas dos palabras adormecía su cerebro y volvía encantarla justo como la primera vez.
ran cerró la pequeña distancia entre ellos, uniendo sus labios con delicadeza e instintivamente robin cerró sus ojos también, dejándose llevar por él.
su boca se sintió extraña, lejana y se preguntó a sí misma cuando se había desacostumbrado a sus besos.
encontró la respuesta en el agujero de su pecho, en aquel hombre con un tatuaje en la cabeza.
draken había borrado los rastros de ran entre todas esas veces que la había hecho suya y se había escrito así mismo en su piel.
pero... pese a eso, no pudo alejarse de los labios del haitani ni de la forma en la que sus manos habían comenzado a recorrerla con deseo. sabía ser adictivo, sabía cautivar y seducir con el tacto, con mordidas y lamidas.
entre pasos tambaleantes el pelimorado la hizo retroceder hasta el escritorio, alzándola por los muslos para sentarla sobre el y quedando entre sus piernas.
