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los ojos violetas de ran contemplaban la inmensidad de la ciudad nocturna de tokyo a través de la lujosa pared de cristal de su habitación. mantenía una postura erguida, casi poderosa, pero por dentro se sentía completamente vacío y triste.
realmente había creído que robin iba a elegirlo, iba a darle el sí que tanto había estado anhelando y lo aceptaría en su corazón, pero el destino se la había arrebatado una vez más.
desde el umbral de la puerta, rindou hizo una línea con sus labios. el mayor le daba la espalda y no parecía haber notado su presencia, pero aún así él podía ver su dolor y eso lo llenaba de ira.
su mirada pasó de la figura de su hermano a la cama decorada y su frustración se incrementó un poco más.
y es que tanto draken como ran esperaron a robin con flores sobre la cama, pero solo uno de ellos se ganó su corazón.
aún así ran jamás le recriminaría algo a la pelirosa. la quería demasiado como para hacerlo y tampoco era algo que estuviera en su carácter, pero por el contrario, rindou siempre había tenido un comportamiento más temperamental y sus disputas con la chica eran bastante frecuentes a pesar del aprecio que ambos se tenían.
pero para el menor, el ahora era totalmente distinto a cualquier discusión que hubieran tenido antes. robin había herido a ran y él no podía tolerarlo... y fue justamente eso lo que lo llevó a abandonar el departamento y conducir hasta shibuya para enfrentarla.
y ahí, en el corazón de tokyo, la akashi compartía el suyo con ryuguji ken, regalándose besos, caricias y sonrisas enamoradas, perdidos el uno en el otro hasta que aquella burbuja en la que estaban aislados explotó abruptamente.
aquel par de golpes furiosos en la puerta del camarín donde se refugiaban y amaban, los hizo incorporarse con pánico y rapidez sobre el colchón. draken pasó saliva y miró a la pelirosa, viendo su rostro palidecer, atemorizada de ser descubierta entre los brazos de su amante y de las consecuencias que eso podría traer para ambos.
su mente viajó al peor de los escenarios y la circulación de sangre en sus venas de pronto parecía haberse detenido, como si todo su cuerpo fallara, cayendo preso del miedo y haciéndola permanecer inmóvil unos segundos hasta que el hombre del otro lado de la puerta pronunció su nombre.
—es rindou.— susurró apenas, como si reconocer la voz del menor de los haitani le hubiera devuelto el aliento y regalado un poco de alivio a su temor.
jadeo y miró al pelinegro a su lado, casi comunicándose con la mirada y entonces ambos abandonaron la cama de prisa, tomando su ropa en el proceso. el chico se deslizó en sus boxers y pantalones y entró en el baño -intentando no hacer ruido- con el resto de sus prendas mientras la mayor alisaba su blusa y su falda antes de atender el intenso llamado.
